Page 73 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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Los soldados calormenes que se encontraban afuera aullaban, “¡Tash, Tash!” y
cerraron de un portazo. Si Tash quería a su propio capitán, Tash lo tendría. Ellos por ningún
motivo querían conocer a Tash.
Durante uno o dos segundos Tirian no supo dónde estaba ni siquiera quién era. Luego
se calmó, parpadeó, y miró en rededor. No estaba oscuro dentro del Establo, como él
esperaba. Había una luz muy fuerte; por eso había parpadeado.
Se volvió para mirar a Rishda Tarkaan, pero Rishda no lo miraba a él. Rishda dejó
escapar un gran gemido y señaló algo; luego se tapó la cara con las manos y cayó de cabeza
al suelo. Tirian miró en la dirección señalada por el Tarkaan. Y entonces comprendió.
Un personaje terrible se acercaba a ellos. Era mucho más bajo que lo que habían visto
desde la Torre, aunque aún mucho más grande que un hombre, y era el mismo ser. Tenía
cabeza de buitre y cuatro brazos. Su pico estaba abierto y sus ojos centelleaban. Un graznido
salió de su pico.
—Vos me habéis llamado a Narnia, Rishda Tarkaan. Aquí estoy. ¿Qué tenéis que
decirme?
Pero el Tarkaan no levantó la cabeza del suelo ni dijo una sola palabra. Se estremeció
como un hombre con un ataque de hipo. Era muy valiente en la batalla, pero la mitad de su
valor lo había abandonado mucho antes esa noche cuando empezó a sospechar que podría
existir un verdadero Tash. El resto lo acababa de abandonar ahora.
Con un súbito sacudón, como una gallina que se encorva para recoger una lombriz,
Tash se abalanzó encima del desdichado Rishda y se lo puso debajo de sus dos brazos
izquierdos. Después Tash volvió la cabeza hacia un lado para fijar en Tirian uno de sus
feroces ojos, porque, por supuesto, teniendo cabeza de pájaro, no podía mirarte de frente.
Mas de inmediato, desde atrás de Tash, fuerte y serena como un mar de verano, una
voz dijo:
—Fuera de aquí, Monstruo, y llévate tu legítima presa a tu propio reino: en el nombre
de Aslan y del gran Padre de Aslan, el Emperador de más allá del mar.
La horrible criatura desapareció, llevando aún al Tarkaan bajo sus brazos. Y Tirian se
dio vuelta para ver quién hablaba. Y lo que vio hizo que su corazón latiera como nunca latió
en ningún combate.
Había siete Reyes y Reinas de pie ante él, todos con coronas sobre sus cabezas y
vistiendo relucientes trajes, y los Reyes usaban las más finas mallas además y tenían en sus
manos las espadas desenvainadas. Tirian hizo una cortés reverencia y se aprestaba a hablar
cuando la más joven de las Reinas se echó a reír. El miró fijamente su rostro, y luego se
quedó alelado de asombro al reconocerla. Era Jill, pero no la Jill que había visto la última vez
con su cara toda suciedad y lágrimas y con un viejo vestido de algodón que casi se le caía de
un hombro. Ahora se veía fresca y limpia, tan limpia como si viniera saliendo del baño. Y al
principio le pareció que se veía mayor, pero luego pensó que no, y nunca pudo decidirse
sobre este punto. Y después se dio cuenta de que el más joven de los Reyes era Eustaquio:
pero él también había cambiado igual que Jill.
Tirian se sintió de repente muy incómodo de estar entre aquellas personas cubierto
todavía con la sangre y polvo y sudor de la batalla. Al minuto siguiente se dio cuenta de que
no se hallaba en absoluto en ese estado. Estaba fresco y limpio, y vestido con ropajes que