Page 78 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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como en un trance. Repetía: “Tash, Tash, ¿dónde está Tash? Voy hacia Tash”. De manera
que renunciamos a hablarle y él se fue a alguna parte..., por allá. Me gusta. Y después de
eso..., ¡uf!

       Lucía hizo una mueca.
       —Después de eso —continuó Edmundo—, alguien arrojó a un Mono por la puerta. Y ahí
estaba Tash otra vez. Mi hermana es de corazón tan blando que no quiere decirte que Tash
dio un solo picotazo y el Mono desapareció.
       —¡Se lo merecía! —exclamó Eustaquio—. Como sea, espero que le haga mal a Tash
también.
       —Y más tarde —prosiguió Edmundo—, salieron cerca de una docena de Enanos; y
luego Jill, y Eustaquio, y al último tú.
       —Espero que Tash se coma a los Enanos también —dijo Eustaquio—. Canallas.
       —No, no se los comió —dijo Lucía—. Y no seas tan despiadado. Todavía están aquí. A
       decir verdad, los pueden ver desde acá. Y yo he tratado tanto de hacerme amiga de
       ellos, pero no ha resultado.

       —¡Amiga de ellos! —gritó Eustaquio—. ¡Si supieras cómo se han portado esos
Enanos!

       —¡Oh!, ya está bueno, Eustaquio —dijo Lucía—. Ven a verlos. Rey Tirian, acaso tú
podrías hacer algo por ellos.

       —No logro sentir mucho cariño por los Enanos hoy día —repuso Tirian—. Sin
embargo, si tú me lo pides, Dama, haré mucho más que eso.

       Lucía indicó el camino y muy luego pudieron ver a los Enanos. Tenían un aspecto
muy extraño. No se paseaban ni se divertían (a pesar de que las cuerdas con que los
habían atado habían desaparecido) ni tampoco se recostaban ni descansaban. Estaban
sentados todos muy juntos en un pequeño círculo uno frente a otro. No miraban a su
alrededor ni prestaron atención a los humanos hasta que Lucía y Tirian estuvieron tan
cerca que podían tocarlos. Entonces todos los Enanos levantaron la cabeza como si no
vieran a nadie, pero escucharon con gran atención y trataron de adivinar por el sonido lo
que estaba sucediendo.

       —¡Cuidado! —gritó uno de ellos en tono hosco—. Mira por donde caminas. ¡No
nos pises la cara!

       —¡Está bien! —dijo Eustaquio indignado—. No estamos ciegos. Tenemos ojos en la
cara.

       —Deben ser increíblemente buenos si puedes ver algo aquí —murmuró el mismo
Enano, cuyo nombre era Diggle.

       —¿Dónde? —preguntó Edmundo.
       —Qué estúpido, aquí por supuesto —dijo Diggle—. En este mísero Establo, en este
agujero oscuro como boca de lobo, estrecho y maloliente.
       —¿Están ciegos? —preguntó Tirian.
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