Page 72 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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—A ellos, guerreros —dijo el Tarkaan—. Maten a las bestias, pero traigan a los de dos
piernas con vida.

      Y entonces comenzó la última batalla del último Rey de Narnia.
       Lo que la hacía casi perdida, incluso aparte del número de enemigos, eran las lanzas.
Los calormenes que habían apoyado al Mono desde el principio no tenían lanzas; eso se
debía a que habían llegado a Narnia de a uno o de a dos, simulando ser pacíficos mercaderes
y, por supuesto, no habían llevado sus lanzas, pues una lanza no es algo que puedas
esconder así no más. Los de ahora debían haber llegado más tarde, después de que el
Mono hubo afianzado su posición y ellos pudieron hacer su marcha abiertamente. Las
lanzas marcaban toda la diferencia. Con una lanza larga tú puedes matar a un Jabalí antes
de que éste te alcance con sus colmillos, y a un Unicornio antes de que te alcance su cuerno;
siempre que seas extremadamente rápido y no pierdas la cabeza. Las rectas lanzas
rodeaban ya a Tirian y a sus últimos amigos. Al minuto siguiente todos luchaban con
desesperación.
       Hasta cierto punto no fue tan terrible como podrías pensar. Cuando estás usando al
máximo cada músculo, agachándote bajo una punta de lanza por aquí, dando un salto por
allá, arremetiendo, retrocediendo, dándote vuelta, no te queda mucho tiempo para sentirte
ni asustado ni apesadumbrado. Tirian sabía que ya no podía hacer nada por los demás;
estaban todos perdidos. Vagamente vio al Jabalí caer a uno de sus costados, y a Alhaja que
peleaba furiosamente al otro. Por el rabillo del ojo vio, pero solamente vio, a un enorme
calormene que tiraba del pelo a Jill hacia alguna parte. Pero apenas pensaba en cualquiera
de estas cosas. Su único pensamiento era vender su vida lo más caro que pudiera. Lo peor
de todo era que no podía mantener la posición en que había estado al comienzo bajo la
roca blanca. Un hombre que pelea con una decena de enemigos al mismo tiempo debe
arriesgarse cada vez que puede; debe atacar en cuanto ve a su enemigo bajar la guardia de
su pecho o cuello. Unos pocos golpes pueden distanciarte considerablemente del sitio
donde estabas al principio. Pronto Tirian se dio cuenta de que se alejaba más y más a la
derecha, acercándose al Establo. Tenía una vaga idea en su mente de que había alguna
buena razón para mantenerse apartado de allí. Pero ya no recordaba cuál era esa razón. Y
como sea, no podía evitarlo.
      De repente comprendió todo claramente. Se encontró combatiendo con el mismo
Tarkaan. La fogata (lo que quedaba de ella) estaba justo al frente. De hecho se encontraba
peleando en el propio portal del Establo, pues éste estaba abierto y dos calormenes
sujetaban la puerta, listos para cerrarla de un portazo en cuanto él estuviese dentro. Ahora
recordó todo, y se dio cuenta de que el enemigo lo había estado acercando al Establo a
propósito desde el comienzo del combate. Y mientras pensaba esto, luchaba con el Tarkaan
encarnizadamente.
      Una nueva idea se le vino a la cabeza. Dejó caer su espada, se lanzó por debajo de la
curva de la cimitarra del Tarkaan, cogió a su enemigo del cinturón con ambas manos, y saltó
hacia atrás dentro del Establo, gritando:
       — ¡Ven para que conozcas tú también a Tash!
       Hubo un ruido ensordecedor. Como cuando arrojaron dentro al Mono, la tierra
tembló y brilló una luz enceguecedora.
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