Page 76 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 76
aquel tren.
(Edmundo era de esa clase de personas que lo saben todo sobre las líneas de
ferrocarril).
—¿Y qué pasó entonces? —dijo Jill.
—Bueno, no es muy fácil de describir, ¿no es así, Edmundo? —respondió el gran Rey.
—No mucho —asintió Edmundo—. No fue nada parecido a aquella otra vez cuando
fuimos arrancados de nuestro mundo por magia. Hubo un estruendo tremendo y algo me
golpeó con el ruido de un estampido, pero no me hizo daño. Y no me sentí tan asustado
como..., bueno, emocionado. ¡Ah...!, y esto es algo bien curioso: Yo tenía una rodilla harto
adolorida de una patada que recibí jugando rugby. Me di cuenta de que ya no me dolía. Y
me sentí muy liviano. Y luego... estábamos aquí.
—Fue casi lo mismo que nos pasó a nosotros en el coche del tren —dijo el Señor
Dígory, limpiando las últimas huellas de la fruta de su barba dorada—. Sólo que creo que tú y
yo, Polly, sentimos principalmente que nos habíamos desanquilosado. Ustedes los más
jóvenes no lo entenderán. Pero dejamos de sentirnos viejos.
—¡Más jóvenes, qué dices! —exclamó Jill—. No creo que ustedes dos aquí sean en
realidad mucho mayores que nosotros.
—Bueno, si no lo somos, lo hemos sido —dijo la Señora Polly.
—¿Y qué ha ocurrido desde que llegaron aquí? —preguntó Eustaquio.
—Mira —dijo Pedro—, por largo rato (al menos supongo que fue un largo rato) no
sucedió nada. Luego se abrió la puerta...
—¿La puerta? —murmuró Tirian.
—Sí —replicó Pedro—. La puerta por donde ustedes entraron... o por donde
salieron... ¿Lo has olvidado?
—Pero ¿dónde está?
—Mira —contestó Pedro, señalando.
Tirian miró y vio la cosa más curiosa y más ridícula que te puedas imaginar. A pocos
metros, muy fácil de ver a la luz del sol, se elevaba una tosca puerta de madera rodeada de
la estructura del portal: nada más, ni murallas, ni techo. Fue hacia allá desconcertado, y los
demás lo siguieron para ver qué hacía. Dio la vuelta hasta el otro lado de la puerta. Pero era
igual del otro lado; siempre se hallaba al aire libre, en una mañana estival. La puerta estaba
simplemente parada como si hubiera crecido igual que un árbol.
—Noble señor —dijo Tirian al gran Rey—, ésta es una verdadera maravilla.
—Es la puerta por donde cruzaste con aquel calormene hace cinco minutos —repuso
Pedro, sonriendo.
—¿Pero no salí del bosque para entrar al Establo? Mientras que ésta parece ser una
puerta que lleva de ninguna parte a ninguna parte.
—Así lo parece si caminas alrededor de ella —dijo Pedro—. Pero pon tu ojo en ese
sitio donde hay una rendija entre los tablones y mira por ahí.
Tirian acercó un ojo a la abertura. AI comienzo vio solo oscuridad. Luego, a medida
que sus ojos se fueron acostumbrando, vio el monótono resplandor rojo de una fogata que
se estaba casi apagando, y encima de ella, en un cielo negro, las estrellas. Después pudo ver
unas siluetas oscuras que se movían o estaban quietas entre él y el fuego: pudo escucharlas
hablar y sus voces eran semejantes a las de los calormenes. De modo que comprendió que
estaba mirando por la puerta del Establo hacia la oscuridad del Páramo del Farol donde él
había librado su última batalla. Los hombres discutían si irían a buscar a Rishda Tarkaan