Page 33 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 33
Se incorporaron y ahora Tirian tomó la delantera. Muy lentamente, casi sin atreverse a
respirar, hicieron su camino de ascenso hasta un pequeño grupo de árboles que se
encontraba a unos quince metros del centinela.
—Esperen aquí hasta que yo vuelva —murmuró dirigiéndose a los otros dos—. Si
fracaso, huyan.
Luego empezó a pasearse descaradamente a plena vista del enemigo. El hombre se
asustó al verlo y trato de ponerse rápidamente de pie; temía que Tirian fuera uno de sus
propios oficiales y que se vería metido en un lío por estar sentado. Pero antes de que
pudiera levantarse, Tirian se había arrodillado a su lado, diciéndole:
—¿Eres un guerrero del Tisroc, que viva para siempre? Alegra mi corazón el
encontrarte en medio de estas bestias y demonios de Narria. Dame tu mano, amigo.
Antes de darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, el centinela calormene sintió su
mano derecha asida en un poderoso apretón. En un instante alguien se hincaba sobre sus
piernas y un puñal se apoyaba en su garganta.
—Un ruido y seréis hombre muerto —dijo Tirian en su oído—. Dime dónde está el
Unicornio y viviréis.
—De... detrás del establo. ¡Oh, mi amo! —tartamudeó el infeliz. —Bien.
Levántate y condúceme a él.
En tanto el hombre se incorporaba, el puñal no dejó nunca de apuntar a su garganta.
Sólo se movió (helado y un poco cosquilleante) cuando Tirian se puso detrás de él y lo
acomodó en un lugar adecuado bajo su oreja. Temblando se dirigió a la parte de atrás del
establo.
A pesar de la oscuridad, Tirian pudo ver inmediatamente la blanca silueta de Alhaja.
—¡Silencio! —exclamó—. No, no relinches. Sí, Alhaja, soy yo. ¿Cómo te ataron?
—Estoy maneado por las cuatro patas y atado con una brida a una argolla en la muralla
del establo —se escuchó responder la voz de Alhaja.
—Quédate aquí, centinela, con tu espalda hacia la muralla. Así. Ahora, Alhaja: pon la
punta de tu cuerno contra el pecho de este calormene.
—Con el mayor gusto, Señor —repuso Alhaja. —Si
se mueve, traspásale el corazón.
Entonces, en pocos segundos, Tirian cortó las sogas. Con los restos ató al centinela de
manos y pies. Finalmente lo obligó a abrir la boca, se la llenó de pasto y lo amarró desde el
cráneo hasta la barbilla para impedir que hiciera el menor sonido, y lo colocó en el suelo,
sentado y apoyado contra la pared.
—Me he portado un tanto descortés contigo, soldado —dijo Tirian—. Pero fue por
necesidad. Si nos volvemos a encontrar otra vez, puede que te trate mejor. Vamos, Alhaja,
vámonos sin hacer ruido.
Puso su brazo izquierdo alrededor del cuello de la bestia y se inclinó y besó su nariz y
ambos sintieron una gran dicha. Regresaron lo más silenciosamente posible al lugar donde
había dejado a los niños. Estaba más oscuro allí bajo los
árboles y casi tropezó con Eustaquio antes de verlo.
—Todo está bien —murmuró Tirian—. Hemos hecho un buen trabajo esta noche.