Page 38 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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—¡Tú estás loco, oh, mi Amo! ¿Qué les estás diciendo a los esclavos?
Y el otro dijo: “¿Y quién eres tú?” Ninguna de las dos lanzas saludaban ya, ambas
estaban vueltas hacia abajo y listas para entrar en acción.
—Dame la contraseña —dijo el soldado jefe.
—Esta es mi contraseña —dijo el Rey, desenvainando su espada—. “La luz está
alboreando, la mentira ha sido descubierta”. Y ahora, en guardia, bellacos, pues soy Tirian
de Narnia.
Embistió al soldado jefe como un relámpago. Eustaquio, que había sacado su espada
cuando vio que el Rey sacaba la suya, se precipitó contra el otro, con la cara muy pálida,
pero yo no lo culparía por eso. Y tuvo la suerte que a veces tienen los principiantes. Se le
olvidó todo lo que Tirian había tratado de enseñarle esa tarde, tiró estocadas salvajemente
(a decir verdad, no estoy seguro que no lo haya hecho con los ojos cerrados) y de repente se
encontró, para su gran sorpresa, con que el calormene yacía muerto a sus pies. Y aunque fue
un gran alivio, a la vez fue bastante espantoso. La pelea del Rey duró un par de segundos
más, y luego él también mató a su hombre y le gritó a Eustaquio: “Cuidado con los otros
dos”.
Pero los Enanos habían acabado con los dos calormenes restantes. No quedaba ni un
solo enemigo.
—¡Le asestaste un buen golpe, Eustaquio! —gritó Tirian, palmoteando su espalda—. Y
ahora, Enanos, sois libres. Mañana os llevaré a liberar a toda Narnia. ¡Tres vivas por Aslan!
Pero no tuvo ningún eco. Hubo un débil intento de parte de unos pocos Enanos (unos
cinco) que se extinguió de inmediato; de parte de varios otros sólo hubo malhumorados
gruñidos. La mayoría no dijo nada.
—¿No entienden? —dijo Jill con impaciencia—. ¿Qué pasa con ustedes, Enanos? ¿No
oyeron lo que dijo el Rey? Se acabó. El Mono no va a gobernar a Narnia nunca más. Todos
pueden volver a su vida de antes. Pueden divertirse otra vez. ¿No están contentos?
Después de una pausa de cerca de un minuto, un Enano no muy buenmozo, de pelo y
barba negros como el hollín, dijo:
—¿Y quién eres tú, señorita?
—Soy Jill —repuso ella—. La misma Jill que rescató al Rey Rilian de su encantamiento,
y este es Eustaquio, que hizo lo mismo, y hemos vuelto de otro mundo después de cientos
de años. Aslan nos envió.
Los Enanos se miraron unos a otros, con risitas; risitas burlonas, no de alegría.
—Bueno —dijo el Enano Negro (cuyo nombre era Griffle)—, yo no sé qué pensarán
ustedes, muchachos, pero lo que es yo, creo que he oído suficiente de Aslan para el resto de
mi vida.
—Así es, así es —gruñeron los otros Enanos—. Todo esto es un engaño, un
condenado engaño.
—¿Qué quieren decir? —protestó Tirian.
No se había puesto pálido cuando luchaba, pero lo estaba ahora. Se había imaginado
que este sería un bello momento, pero se iba convirtiendo en algo parecido a una pesadilla.
—Debes creer que somos condenadamente blandos de cabeza —dijo Griffle—. Nos
engañaron una vez y ahora pretendes engañarnos de nuevo al minuto siguiente. ¡No
necesitamos más esos cuentos sobre Aslan, ves! ¡Míralo! ¡Un borrico viejo de orejas largas!
—Por todos los cielos, me van a volver loco —dijo Tirian—. ¿Quién de nosotros ha