Page 32 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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quede allí con una flecha lista en el arco. Pero si yo grito “A casa”, entonces ambos vuelen a
la Torre. Y que nadie siga luchando, ni siquiera un solo golpe, después de que yo haya dado
la orden de retirada: ese falso valor ha hecho fracasar muchos planes notables en las
guerras. Y ahora amigos, en el nombre de Aslan, adelante.
Salieron a la noche fría. Todas las inmensas estrellas del norte se encendían por encima
de las copas de los árboles. La Estrella del Norte de aquel mundo se llama Punta de Lanza; es
más brillante que nuestra Estrella Polar.
Durante un rato pudieron ir derecho hacia Punta de Lanza, pero de pronto llegaron a
una densa espesura y tuvieron que salirse de su ruta para no adentrarse en ella. Y después
de hacerlo, como todavía estaban bajo la gran sombra de las ramas, les fue difícil volver a
orientarse. Fue Jill la que los puso en el rumbo nuevamente; había sido una excelente Guía
en Inglaterra. Y por supuesto que conocía sus estrellas narnianas a la perfección, después de
haber viajado durante tanto tiempo en las salvajes Tierras del Norte, y podía calcular la
dirección por otras estrellas aun si Punta de Lanza estaba oculta. En cuanto Tirian supo que
ella era la mejor exploradora de los tres, la puso al frente. Y entonces quedó asombrado de
ver la forma silenciosa y casi invisiole en que se deslizaba delante de ellos.
—¡Por la Melena! —susurró al oído de Eustaquio—. Esta niña es una maravilla para
rastrear en los bosques. No podría hacerlo mejor si tuviera sangre de Dríades en sus venas.
—Es tan chica, eso le ayuda mucho —murmuró Eustaquio. Pero Jill,
desde adelante, dijo:
—Shshsh, menos ruido.
En torno a ellos el bosque estaba muy tranquilo. A decir verdad, demasiado tranquilo.
En una normal noche narniana debería haber ruidos; algún ocasional y animado “Buenas
noches” de parte de un erizo; el grito de alguna lechuza allá arriba; quizás una flauta a la
distancia delatando la presencia de Faunos en plena danza; o el ruido palpitante de los
martillos de los Enanos trabajando bajo tierra. Todo eso estaba en silencio: la melancolía y el
temor reinaban en Narnia.
Al cabo de un tiempo comenzaron a subir la escarpada ladera y los árboles se fueron
espaciando. Tirian pudo localizar vagamente la conocida cumbre del cerro y el establo. Jill
iba ahora con mucha más cautela y hacía señas con las manos a los demás para que hicieran
lo mismo. Luego se quedó totalmente inmóvil y Tirian la vio hincarse poco a poco en el pasto
y desaparecer sin hacer un ruido. Un minuto después se levantó nuevamente, acercó su
boca al oído de Tirian y dijo en un susurro casi inaudible: “Arrodíllate. Te ve mejor” Ella dijo
te en vez de se no porque ceceara, sino porque sabía que el silbido de la letra S en un
susurro es lo que se escucha con mayor facilidad. Tirian se echó al suelo de inmediato, casi
tan silenciosamente como Jill, aunque no tanto, pues era más pesado y de más edad. Y
cuando estaban en el suelo, se dio cuenta de que desde esa posición podía ver la punta de
la colina nítidamente contra el cielo cuajado de estrellas. Dos formas negras se perfilaban
contra él: una era el establo, y la otra, a unos pocos metros frente a él, era un centinela
calormene. Hacía una vigilancia bastante pobre: no se paseaba, ni siquiera estaba de pie,
sino sentado con su lanza encima del hombro y la barbilla apoyada en su pecho. “¡Bravo!“,
dijo Tirian a Jill. Ella le había mostrado exactamente lo que necesitaba saber.