Page 30 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 30
calormenes.
—¡Bravo! —gritó Jill—. ¡Disfraces! Me encantan los disfraces.
Tirian les enseñó cómo echarse un poco del jugo en la palma de la mano y luego
restregarlo bien en sus caras y cuellos, hasta los hombros, y después en las manos, hasta el
codo. El hizo lo mismo.
—Después de que se haya secado —dijo—, podemos lavarnos con agua y no cambiará.
Sólo un poco de aceite y cenizas nos convertirán de nuevo en narnianos blancos. Y ahora,
dulce Jill, veamos cómo te sienta a ti esta camisa de malla. Es un poco demasiado larga,
pero no tanto como yo temía. No hay duda de que perteneció a un paje del séquito de
alguno de sus Tarkaanes.
Después de las camisas de malla se pusieron cascos calormenes, que son pequeños y
redondos, bien apretados en la cabeza y con una punta arriba. Luego Tirian sacó del cofre
largos rollos de un material blanco y los enrolló encima de los cascos hasta que parecieron
turbantes: pero la pequeña punta de acero siempre sobresalía en el centro. El y Eustaquio
tomaron las curvas espadas calormenes y unos pequeños escudos redondos. No había
ninguna espada suficientemente liviana para Jill, pero le dio un cuchillo de caza largo y recto
que podría hacer las veces de una espada en caso de necesidad.
—¿Tienes habilidad para manejar el arco, doncella? —preguntó Tirian.
—Nada que valga la pena mencionar —repuso Jill, enrojeciendo—. Scrubb no es nada
de malo.
—No le creas, Señor —dijo Eustaquio—. Ambos hemos estado practicando arquería
desde que regresamos de Narnia la última vez, y ahora ella es tan hábil como yo. Aunque
no creas que somos tan buenos ninguno de los dos.
Entonces Tirian le dio a Jill un arco y un carcaj lleno de flechas. El próximo paso fue
encender un fuego, puesto que dentro de esa torre, más que dentro de cualquiera otra
parte, se tenía la impresión de estar en una cueva, y eso te hacía tiritar. Pero entraron en
calor recogiendo la leña —el sol estaba ya en su punto más alto— y cuando por fin las
llamaradas rugían en la chimenea, el lugar empezó a verse más acogedor. La cena fue, sin
embargo, una comida aburrida, ya que lo mejor que lograron hacer fue moler algunas de
las galletas duras que encontraron en el cofre y echarlas en agua hirviendo con sal para
tratar de hacer una especie de sopa de avena. Y no tenían más que agua para beber.
—Ojalá hubiésemos traído un paquete de té —dijo Jill. —O
un tarro de cocoa —añadió Eustaquio.
—No vendría nada de mal tener en cada una de estas torres una vasija o algo así de
buen vino —comentó Tirian.