Page 37 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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VII PRINCIPALMENTE SOBRE LOS ENANOS
Los dos soldados calormenes que iban a la cabeza de la columna, viendo a quienes
tomaron por un Tarkaan o gran señor acompañado de sus dos pajes armados, ordenaron el
alto y levantaron sus lanzas como saludo.
—¡Oh, mi Amo! —dijo uno de ellos—, conducimos a estos enanillos a Calormen a
trabajar en las minas del Tisroc, que viva para siempre.
—Por el gran dios Tash, son sumamente obedientes —dijo Tirian.
Luego se volvió súbitamente hacia los Enanos. Uno de cada seis portaba una antorcha
y gracias a esa luz parpadeante pudo ver sus caras barbudas que lo miraban con expresión
torva y obstinada.
—¿Es que el Tisroc ha librado una gran batalla, Enanos, y ha conquistado vuestra
tierra —preguntó—, para que ustedes vayan pacientemente a morir a las canteras de sal de
Pugrahan?
Los dos soldados lo contemplaron sorprendidos, pero los Enanos respondieron a
coro:
—Son las órdenes de Aslan, las órdenes de Aslan. Nos ha vendido. ¿Qué podemos
hacer contra él?
—¡El tal Tisroc! —agregó uno y escupió—. ¡Me gustaría verlo a él pasar por
esto!
— ¡Silencio, perro! —dijo el soldado jefe.
—¡Miren! —exclamó Tirian, empujando a Cándido adelante hacia la luz—. Todo ha
sido una mentira. Aslan no ha venido a Narnia. Ustedes han sido engañados por el Mono.
Esto es lo que hizo salir del establo para mostrarles. Mírenlo.
Lo que vieron los Enanos, ahora que tenían la oportunidad de verlo de cerca, fue
ciertamente suficiente para hacerlos preguntarse cómo se habían dejado pasar gato por
liebre. La piel de león se había ido soltando mucho más durante el largo cautiverio de
Cándido en el establo y se le había torcido en el viaje a través del bosque oscuro. La mayor
parte se hallaba hecha un gran bulto encima de un hombro. La cabeza, fuera de que había
sido empujada hacia un lado, se había no sé cómo ido para atrás, de manera que todos
podían ahora ver su tonta y dulce cara de burro mirando por debajo de ella. Le colgaban
unas hebras de pasto de un lado de la boca, que había ido mordisqueando calladamente
mientras lo traían. Y musitaba: “No fue mi culpa, yo no soy listo. Nunca dije que lo fuera”.
Por un segundo los Enanos contemplaron a Cándido con la boca abierta y de pronto
uno de los soldados dijo duramente: