Page 29 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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—Mira —contestó Tirian, señalando.
A escasos metros de allí se elevaban unas grandes almenas por encima de las copas de
los árboles, y después de un minuto más de caminata salieron a un espacio despejado y
cubierto de pasto. Lo atravesaba un arroyo y al otro lado del arroyo se alzaba una torre
baja, ancha y cuadrada, con unas pocas ventanas estrechas y una puerta de aspecto pesado
en la muralla que quedaba frente a ellos.
Tirian miró atentamente para todos lados a fin de asegurarse de que no había
enemigos a la vista. Luego se encaminó hacia la torre y se quedó inmóvil por un momento
hurgando en busca del atado de llaves que usaba debajo de su traje de cazador en una
delgada cadena de oro colgada del cuello. Menudo manojo de llaves el que sacó a la luz:
había dos de oro y varias ricamente adornadas; te dabas cuenta de inmediato de que eran
llaves hechas para abrir fastuosas y secretas habitaciones de palacios, o cofres y joyeros de
fragante madera que contienen tesoros reales. Pero la llave que puso en la cerradura de la
puerta era grande y sencilla y hecha más rústicamente. La cerradura estaba apretada y por
un momento Tirian temió que no sería capaz de abrirla. Pero finalmente lo logró y la puerta
giró abriéndose con un tétrico chirrido.
—Bien venidos, amigos —dijo Tirian—. Me temo que este es el mejor palacio que el
Rey de Narnia puede ofrecer actualmente a sus huéspedes.
Tirian tuvo el agrado de ver que los dos extranjeros habían sido bien educados. Ambos
protestaron que no dijera eso y que estaban ciertos de que sería muy agradable.
A decir verdad, no era particularmente agradable. Era más bien oscuro y olía a
humedad. Tenía una sola habitación y esta habitación subía directamente hasta el techo de
piedra: en un rincón había una escalera de madera que conducía a una claraboya por donde
podías salir a las almenas. Había algunas toscas literas para dormir, y una gran cantidad de
cajones y fardos. También había una chimenea donde parecía que nadie había encendido
un fuego desde hacía muchos años.
—Es mejor que salgamos a recoger un poco de leña como primera medida, ¿no
creen? —dijo Jill.
—Todavía no, camarada —replicó Tirian.
No estaba dispuesto a que los sorprendieran desarmados, y comenzó a buscar en los
cofres, agradeciendo que se acordaba de que siempre había tenido cuidado de mantener
esas torres de guarnición bajo inspección anual con el fin de asegurarse de que estaban
aperadas de todo lo necesario. Las cuerdas de los arcos se encontraban allí envueltas en
seda aceitada, las espadas y lanzas estaban engrasadas para evitar el moho, y las armaduras
brillaban guardadas en sus envolturas. Pero había algo todavía mejor. “¡Miren!“, exclamó
Tirian al tiempo que sacaba una larga cota de malla de curioso modelo que desplegó ante los
ojos de los niños.
—Es una malla bien curiosa, Señor —opinó Eustaquio.
—¡Ay, muchacho! —dijo Tirian. No fue un enano narniano el herrero que la hizo. Es
una malla de Calormen, ropas extranjeras. Siempre he guardado unas pocas cotas de ésas
en buenas condiciones, porque nunca se sabe si yo o algún amigo tendremos por alguna
razón que entrar sin ser vistos en las tierras del Tisroc. Y miren esta botella de piedra.
Contiene un jugo que si lo refregamos en la cara y manos quedaremos morenos como los