Page 27 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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descendía ante ellos entre abedules nuevos—, ya estamos fuera de peligro, lejos de esos
villanos por un tiempo y podemos caminar con mayor tranquilidad.
Había salido el sol, en cada rama brillaban gotitas de rocío, y las aves cantaban.
—¿Qué tal una buena merienda?..., quiero decir, para ti, Señor; nosotros ya tomamos
desayuno —dijo el niño.
Tirian se preguntaba perplejo qué querría decir “merienda”; sin embargo, cuando el
niño abrió un abultado bolsón que llevaba y sacó un paquete grasiento y blandengue,
entendió inmediatamente. Tenía un hambre voraz, a pesar de que no había pensado en ello
hasta ese mismo momento. Había dos sandwiches de huevo duro y dos de queso, y otros
dos que tenían algún tipo de pasta adentro. Si no hubiera estado tan hambriento, no le
habría gustado nada la pasta, porque era algo que nadie come en Narnia. Cuando se había
ya devorado los seis sandwiches, llegaron al fondo del valle y allí encontraron un musgoso
acantilado de donde nacía borboteando una pequeña fuente. Los tres se detuvieron y
bebieron y se mojaron sus acaloradas caras.
—Y ahora —dijo la niña, apartando de su frente su cabello empapado— ¿vas a
contarnos quién eres y por qué estabas amarrado y de qué se trata todo esto?
—Con mucho gusto, damisela —respondió Tirian—. Pero hay que continuar la
marcha.
De modo que mientras seguían caminando, les dijo quién era y todas las cosas que le
habían sucedido.
—Y entonces —dijo al final—, voy a cierta torre, una de las tres que se construyeron
en tiempos de mis antepasados para proteger el Páramo del Farol contra unos peligrosos
proscritos que moraban allí en su época. Gracias a la buena voluntad de Aslan no me
robaron mis llaves. En esa torre encontraremos una provisión de armas y cotas de malla y
algunas vituallas también, aunque nada más que galletas secas. Allí podemos también
descansar tranquilos, mientras hacemos nuestros planes. Y ahora, se los ruego, díganme
quiénes son y toda su historia.
—Yo soy Eustaquio Scrubb y ella es Jill Pole —contestó el niño—. Y ya estuvimos aquí
una vez antes, hace siglos, más de un año en nuestro tiempo, y había un tipo llamado
Príncipe Rilian, y lo tenían oculto bajo tierra, y Barro-quejón puso el pie en...
—¡Ah! —exclamó Tirian—, ¿entonces ustedes son aquellos Eustaquio y Jill que
rescataron al Rey Rilian de su largo hechizo?
—Sí, esos somos nosotros —asintió Jill—. De modo que ahora él es el Rey Rilian, ¿no
es así? ¡Oh!, claro que tenía que serlo. Se me olvidaba que...
—No —dijo Tirian—, yo soy su séptimo descendiente. El murió hace más de
doscientos años.
Jill hizo una mueca.
—¡Uf! —exclamó—. Esa es la parte horrible de regresar a Narnia. Pero Eustaquio
prosiguió.
—Bueno, ahora ya sabes quiénes somos, Señor —dijo—. Y fue así. El Profesor y la tía
Polly nos habían juntado a todos los amigos de Narnia...
—No conozco esos nombres, Eustaquio —interrumpió Tirian.
—Son los dos que vinieron a Narnia al comienzo, el día en que todos los animales
aprendieron a hablar.