Page 63 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Las niñas sintieron a los Espectros que, como viento helado, pasaban muy cerca de ellas; también sintieron que la tierra
temblaba bajo el galope de los Minotauros. Sobre sus cabezas se agitaron, como en una ráfaga de alas asquerosas, buitres
muy negros y murciélagos gigantes. En cualquier otra ocasión ellas habrían muerto de miedo, pero ahora la tristeza, la
vergüenzayelhorrordelamuertedeAslaninvadíansusmentesdetalmodoquedifícilmentepodían pensar en otra cosa.

   Apenas el bosque estuvo de nuevo en silencio, Susana y Lucía se deslizaron hacia la colina. La luna alumbraba cada vez
menos y ligeras nubes pasaban sobre ella, pero aún las niñas pudieron ver los contornos del gran León muerto con todas sus
ataduras. Ambas se arrodillaron sobre el pasto húmedo, y besaron su cara helada y su linda piel —lo que quedaba de ella— y
lloraron hasta que las lágrimas se les agotaron. Entonces se miraron, se tomaron de las manos en un gesto de profunda soledad y lloraron
nuevamente.Otravezsehizopresenteelsilencio.Al fin Lucía dijo:

    —No soporto mirar ese horrible bozal. ¿Podremos quitárselo?

   Trataron. Después de mucho esfuerzo (porque sus manos estaban heladas y era ya la hora más oscura de la noche) lo
lograron. Cuando vieron su cara sin las amarras, estallaron otra vez en llanto. Lo besaron, le limpiaron la sangre y los espumarajos lo mejor que
pudieron. Todo fue mucho más horrible, solitario y sin esperanza, de lo que yo pueda describir.

    —¿Podremos desatarlo también? —dijo Susana.

    Pero los enemigos, llevados sólo por su feroz maldad, habían amarrado las cuerdas tan apretadamentequelasniñasno
lograron deshacer los nudos.

    Espero queninguno que lea este libro haya sido tan desdichadocomo loeran Lucíay Susanaesa noche; pero si ustedes lo han sido —si
han estado levantados toda una noche y llorado hasta agotar las lágrimas—, ustedes sabrán que al final sobreviene una
cierta quietud. Uno siente como si nada fuera a suceder nunca más. De cualquier modo, ese era el sentimiento de las dos niñas. Parecía que
pasabanlashorasen esacalmamortalsinquesedierancuentaqueestaban cada vez más heladas. Pero, finalmente, Lucía advirtió dos
cosas. La primera fue que hacia el lado este de la colina estaba un poco menos oscuro que una hora antes. Y lo segundo fue
unsuavemovimientoqueibaatravésdelpastoasuspies.Alcomienzonoleprestómayoratención. ¿Qué importaba? ¡Nada importaba ya!
Pero pronto vio que eso, fuese lo que fuese, comenzaba a subir a la Mesa de Piedra. Y ahora —fuesen lo que fuesen— se
movían cerca del cuerpodeAslan.Seacercóymiróconatención.Eranunaspequeñasfiguritasgrises.

    —¡Uf! —gritó Susana desde el otro lado de la Mesa—. Son ratones asquerosos que se arrastran sobre él. ¡Qué horror!

   Y levantó la mano para espantarlos.

    —¡Espera! —dijo Lucía, que los miraba fijamente y de más cerca—. ¿Ves lo que están haciendo?

   Ambas se inclinaron y miraron con atención.

    —¡No lo puedo creer! —dijo Susana—. ¡Qué extraño! ¡Están royendo las cuerdas!

    —Eso fue lo que pensé —dijo Lucía—. Creo que son ratones amigos. Pobres pequeñitos..., nosedancuentaqueélestá
muerto. Ellos piensan que hacen algo bueno al desatarlo.

    Estaba mucho más claro ya. Las niñas advirtieron entonces cuán pálidos se veían sus rostros. También pudieron ver que
los ratones roían y roían; eran docenas y docenas, quizás
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