Page 29 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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agujero, se elevaba una columna de humo. Cuando uno la veía (especialmente si tenía hambre),deinmediatorecordabala
comida y se sentía aún más hambriento.
Esto fue lo que los niños observaron por sobre todo; pero Edmundo vio algo más. Río abajo, un poco más lejos, había un segundo río,
algo más pequeño, que venía desde otro valle a juntarse con el río más grande. Al contemplar ese valle, Edmundo pudo ver dos colinas.
Estaba casiseguroqueésaseranlasmismasdoscolinasquelaBrujaBlancalehabíaseñaladocuandoseencontrabanjuntoalfarol, momentosantes
que él se separara de ella. Allí, sólo a una milla o quizás menos, debía estar su palacio.Pensó entonces en lasDelicias turcas, en la posibilidad
de ser Rey («¿Qué le parecería esto a Pedro?», se preguntó) y en varias otras ideas horribles que acudieron a su mente.
—Hemos llegado —dijo el Castor—, y parece que la señora Castora nos espera. Yo los guiaré... ¡Cuidado, no vayan a
resbalar!
Aunque el dique era suficientemente amplio, no era (para los humanos) un lugar muy agradable para caminar porque estaba
cubierto de hielo. A un costado se encontraba, al mismo nivel, esa gran superficie helada; y al otro se veía una brusca caída hacia el
fondo del río. Mientras marchaban en fila india, dirigidos por el Castor, a través de toda esta ruta, los niños pudieron
observar el largo camino del río hacia arriba y el largo y descendente camino del río hacia abajo.
Cuando llegaron al centro del dique, se detuvieron ante la puerta de la casa.
—Aquí estamos, señoraCastora —dijo el Castor—.Los encontré.Aquíestán losHijos eHijasde Adán y Eva.
Lo primero que al entrar atrajo la atención de Lucía fue un sonido ahogado y lo primero que vio fue a una anciana Castora de mirada
bondadosa, que estaba sentada en un rincón, con un hilo en su boca, trabajando afanada ante su máquina de coser.
Precisamente de allí venía el extrañosonido.Apenaslosniñosentraronenlacasa,dejósutrabajoysepusodepie.
—¡Por fin han venido! —exclamó, con sus arrugadas manos en alto—. ¡Al fin! ¡Pensar que siempre he vivido para ver este
día!Laspapasestánhirviendo;latetera,silbando,ymeatrevoa decir que el señor Castor nos traerá pescado.
—Eso haré —dijo él y salióde la casa, llevandoun balde(Pedro losiguió).Caminaron sobrela superficie de hielo hasta el lugar donde el
Castor había hecho un agujero, que mantenía abierto trabajando todos los días con su hacha.
ElCastorsesentótranquilamenteen elbordedelagujero (parecíano importarleparanadaelintensofrío),ysequedóinmóvil, mirandoelagua
con gran concentración.Deprontohundióunade susgarrasa toda velocidad y antesqueuno pudiera decir«amén», había agarrado unahermosa
trucha.Unayotravezrepitiólamismaoperaciónhastaqueconsiguióunaespléndidapesca.
Mientras tanto las niñas ayudaban a la señora Castora. Llenaron la tetera, arreglaron la mesa, cortaron el pan,
colocaron las fuentes en el horno, pusieron la sartén al fuego y calentaron la grasa gota a gota. También sacaron cerveza de un barril
que se encontraba en un rincón de la casa, y llenaron un enorme jarro para el señor Castor. Lucía pensaba que los Castores
tenían una casita muy confortable, aunque no se asemejaba en nada a la cueva del señor Tumnus. No se veían libros ni cuadros y,
en lugar de camas, había literas adosadas a la pared, como en los buques. Del techo colgaban jamones y trenzas de cebollas. Y alrededor de la
habitación, contra las murallas, había botas de goma, ropa impermeable, hachas, grandes tijeras, palas, lianas, vasijas para
transportar materiales de construcción, cañas de pescar, redesy sacos. Y el mantelquecubría la mesa, aunquemuy limpio, eraáspero y
tosco.