Page 28 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Ninguno de los niños sabía quién era Aslan, pero en el mismo instante en que el Castor pronuncióesaspalabras,cadaunode
ellos experimentó una sensación diferente.

   Alomejorleshapasadoalgunavezenunsueñoquealguiendicealgoqueunono entiende,pero siente quetieneun enorme significado... Puede
ser aterrador, lo cual transforma el sueño en pesadilla. O bien, encantador, demasiado encantador para traducirlo en palabras. Esto hace que el
sueñoseatanhermosoqueunolorecuerdadurantetodalavidaysiempredeseavolvera soñar lo mismo.

    Una cosa así sucedió ahora. El nombre de Aslan despertó algo en el interior de cada uno de los niños. Edmundo tuvo una sensación de
misterioso horror. Pedro se sintió de pronto valiente y aventurero. Susana creyó que alrededor de ella flotaba un aroma delicioso, a
la vez que escuchaba algunos acordes musicales bellísimos. Lucía experimentó un sentimiento como el que se tiene al
despertar una mañana y darse cuenta que ese día comienzan las vacaciones o el verano.

    —¿Y qué pasa con el señor Tumnus? —preguntó Lucía—. ¿Dónde está?

    —¡Chist! —dijo el Castor—. No está aquí. Debo llevarlos a un lugar donde realmente podamos teneruna verdadera
conversacióny, también, comer.

    Ninguno de los niños, excepto Edmundo, tuvo dificultades para confiar en el Castor; pero todos, incluso él, se alegraron al
escuchar la palabra «comer». Siguieron con entusiasmo a este nuevo amigo, que los condujo, durante más de una hora, a un paso
sorprendentementerápidoy siempre a través de lo más espeso del bosque.

    De pronto, cuando todos se sentían muy cansados y muy hambrientos, comenzaron a salir del bosque. Frente a ellos
los árboles eran ahora más delgados y el terreno comenzó a descender en forma abrupta. Minutos más tarde estuvieron
bajo el cielo abierto y se encontraron contemplando un hermoso paisaje.

    Estaban en el borde de un angosto y escarpado valle, en cuyo fondo corría —es decir, debería correr si no hubiera
estado completamente congelado— un río medianamente grande. Justo bajo ellos había sido construido un dique que lo
atravesaba. Cuando los niños lo vieron, recordaron de pronto que los castores siempre construyen enormes diques y no les
cupo duda que ése era obra del Castor. También advirtieron que su rostro reflejaba cierta expresión de modestia, como la
de cualquier persona cuando uno visita un jardín que ella misma ha plantado o lee un cuento que ella ha escrito. De
manera que su habitual cortesía obligó a Susana a decir:

    —¡Qué maravilloso dique!

   Y esta vez el Castor no dijo «silencio».

    —¡Essólounabagatela!¡Sólounabagatela!Nisiquieraestáterminado

    Hacia el lado de arriba del dique estaba lo que debió haber sido un profundo estanque, pero ahora, por supuesto, era una superficie
completamente lisa y cubierta de hielo de color verde oscuro. Hacia el otro lado, mucho más abajo, había más hielo, pero,
en lugar de ser liso, estaba congelado en espumosas y ondeadas formas, tal como el agua corría cuando llegó la helada. Y
donde ésta había estado goteando y derramándose a través del dique, había ahora una brillante cascada de carámbanos,
como si ese lado del muro que contenía el agua estuviera completamentecubiertodeflores,guirnaldasy festonesdeazúcarpura.

    En el centro y, en cierto modo, en el punto más importante y alto del dique, había una graciosa casita que más bien
parecía una enorme colmena. Desde su techo, a través de un
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