Page 85 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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Entonces Aslan dijo:
—Hazlo terminar ya.
El gigante arrojó su cuerno al mar. Luego extendió un brazo, que se veía muy negro y
de miles de metros de largo, a través del cielo hasta que su mano alcanzó al sol. Tomó el sol
y lo exprimió como tú podrías exprimir una naranja. Y al instante se hizo la oscuridad total.
Todos, excepto Aslan, dieron un salto hacia atrás por el aire glacial que empezó a
soplar a través del portal. Sus bordes se cubrieron de carámbanos.
—Pedro, gran Rey de Narnia —dijo Aslan—. Cierra la puerta.
Pedro, tiritando de frío, se inclinó hacia afuera en la oscuridad y tiró de la puerta. La
puerta chirrió sobre el hielo al empujarla. Luego, torpemente (porque en ese momento
tenía las manos entumecidas y amoratadas) sacó una llave de oro y con ella la cerró.
Habían visto bastantes cosas extrañas a través de aquel portal. Pero más extraño que
todo eso fue mirar a su alrededor y encontrarse a la tibia luz del día, con el cielo azul sobre
sus cabezas, flores a sus pies y la risa en los ojos de Aslan.
Se volvió con rapidez, se agazapó, se azotó alegremente con su propia cola y salió
disparado como una flecha dorada.
—¡Vengan más adentro! ¡Vengan más arriba! —gritó por encima del hombro. Pero
¿quién podía seguirle el paso? Echaron a andar hacia el oeste, en pos de él.
—Así, pues —dijo Pedro—. La noche cae sobre Narnia. ¡Cómo es eso, Lucía! ¿No me
digas que estás llorando? ¿Con Aslan adelante y todos nosotros aquí?
—No trates de impedírmelo, Pedro —repuso Lucía—. Estoy segura de que Aslan no lo
haría. Estoy segura de que no está mal lamentarse por Narnia. Piensa en todo lo que ha
quedado muerto y helado detrás de esa puerta.
—Sí, y yo esperaba —agregó Jill— que podría durar para siempre. Sabía que nuestro
mundo no podía durar. Pensé que Narnia sí.
—Yo la vi nacer —dijo el Señor Dígory—. No creí que viviera para verla morir.
—Señores —intervino Tirian—. Hacen bien las damas en derramar sus lágrimas. Vean
que yo también lloro. He presenciado la muerte de mi madre. ¿Qué otro mundo he conocido
yo fuera de Narnia? No sería una virtud sino una gran descortesía si no la llorara.
Se alejaron de la puerta y de los Enanos que seguían sentados muy juntos en su
Establo imaginario. Y mientras caminaban conversaban sobre las antiguas guerras y la
antigua paz y los antiguos Reyes y todas las glorias de Narnia.
Los Perros todavía iban con ellos. Intervinieron en la conversación pero no
demasiado, porque estaban ocupados en sus correteos hacia adelante y hacia atrás y se
abalanzaban a oler los aromas del pasto hasta que los hizo estornudar. De súbito
descubrieron una huella que pareció excitarlos muchísimo. Empezaron a discutir qué era:
“Sí, si es... No, no es... Eso es lo que yo dije... Cualquiera puede oler lo que es... Saca tu
narizota de en medio y deja que los demás puedan oler”.
—¿Qué es, queridos amigos? —preguntó Pedro.
—Un calormene, señor —dijeron varios Perros al unísono.
—Guíennos a él, entonces —dijo Pedro—. Así sea que venga en son de paz o de
guerra, será bienvenido.
Los Perros partieron disparados y volvieron un minuto después corriendo como si su
vida dependiera de esta carrera y ladrando ruidosamente para decir que era en realidad un
calormene. (Los Perros que Hablan, al igual que los comunes, actúan como si pensaran que