Page 84 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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fuesen varillas de ruibarbo. Minuto a minuto veías desaparecer las selvas. Todo el país
quedó desierto y podías ver toda suerte de cosas en su superficie, todas las pequeñas
protuberancias y cavidades que nunca habías notado antes. El pasto se secó. Pronto Tirian
se encontró mirando un mundo de rocas y tierra desnuda. Casi no podías creer que algo
hubiese alguna vez tenido vida allí. Los mismos monstruos envejecieron y se echaron y
murieron. Su carne se consumió y aparecieron los huesos: muy luego fueron únicamente
inmensos esqueletos que yacían aquí y allá sobre la roca yerta, y parecía que habían muerto
miles de años atrás. Durante mucho tiempo todo quedó en silencio.
Finalmente algo blanco —una larga y pareja línea de blancura que resplandecía a la luz
de las estrellas paradas— vino moviéndose hacia ellos desde el confín oriental del mundo.
Un potente ruido rompió el silencio: primero un murmullo, luego un estruendo, después un
rugido. Y ahora pudieron ver qué era lo que venía, y cuán veloz venía. Era una espumante
muralla de agua. El mar estaba subiendo. En aquel mundo sin árboles podías verlo muy
bien. Podías ver que todos los ríos se ensanchaban y los lagos crecían y los lagos que
estaban separados se juntaban, y los valles se convertían en nuevos lagos, y los cerros se
convertían en islas, y luego esas islas desaparecían. Y los altos páramos a su izquierda y las
más elevadas montañas a su derecha se derrumbaron y cayeron con gran fuerza y
estruendo en una montaña de agua; y el agua llegó formando remolinos hasta el umbral de
la puerta (pero no pasó de allí) haciendo que la espuma salpicara alrededor de las patas
delanteras de Aslan. Y ahora todo era una sola superficie de agua desde donde ellos se
hallaban hasta donde el agua se juntaba con el cielo.
Y allá afuera empezó a clarear. Una raya de triste y desastroso amanecer se extendió a
lo largo del horizonte y se fue ensanchando y haciéndose más brillante, hasta que
finalmente apenas advertían la luz de las estrellas ubicadas detrás de ellos. Finalmente salió
el sol. Cuando lo hizo, el Señor Dígory y la Señora Polly se miraron uno al otro e hicieron un
gesto de asentimiento: los dos, en un mundo diferente, vieron una vez un sol moribundo,
de modo que supieron al instante que este sol también estaba muriendo. Era tres veces,
veinte veces más grande de lo normal, y de color rojo oscuro. Cuando sus rayos cayeron
sobre el gran Gigante Tiempo, éste se puso rojo también; y con el reflejo de ese sol todo
aquel desierto de aguas sin playas pareció ser de sangre.
Luego salió la luna, en una posición absolutamente anormal, muy cerca del sol, y
también se veía roja. Y al verla el sol comenzó a arrojarle grandes llamaradas como bigotes o
serpientes de fuego carmesí. Parecía que fuera un pulpo tratando de atraerla hacia él con
sus tentáculos. Y a lo mejor lo logró. Como sea, ella fue hacia él, lentamente al principio,
pero después cada vez a mayor velocidad, hasta que por último las largas llamas la
envolvieron y los dos empezaron a girar juntos y se transformaron en una descomunal bola
semejante a un carbón ardiente. Grandes masas de fuego iban cayendo de la bola al mar,
levantando nubes de vapor.