Page 82 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 82
absoluto una nube: era simplemente el vacío. La parte negra del cielo era la parte en que no
quedaban estrellas. Todas las estrellas estaban cayendo: Aslan las había llamado de vuelta a
casa.
Los últimos segundos antes que la lluvia de estrellas hubiese terminado
completamente fueron muy emocionantes. Las estrellas principiaron a caer en torno a
ellos. Pero las estrellas de aquel mundo no son los grandes globos llameantes que hay en el
nuestro. Allá son personas (Edmundo y Lucía habían conocido a una de ellas cierta vez).
Entonces ahora se encontraron con diluvios de gente reluciente, todas de largos cabellos que
parecían ser de plata hirviente y con lanzas que semejaban metal candente, que corrían
hacia ellos saliendo del aire negro, más veloces que piedras rodantes. Hicieron un ruido
similar a un silbido al aterrizar y quemaron la hierba. Y todas esas estrellas pasaron por
delante de ellos y fueron a instalarse en algún sitio más atrás, un poco a la derecha.
Esto fue una gran ventaja, pues de otro modo, ahora que no había estrellas en el
cielo, todo habría quedado en la más completa oscuridad y no podrías ver nada. En cambio
así, la multitud de estrellas a su espalda daba una luz intensa y blanca por encima de sus
hombros. Ante ellos podían ver kilómetros y kilómetros de bosques narnianos que parecían
estar iluminados por focos. Cada matorral y casi cada hoja de hierba tenía su sombra negra
detrás. El borde de cada hoja se alzaba tan afilado que podrías creer que te ibas a cortar un
dedo en él.
Sobre el pasto, delante de ellos, caían sus propias sombras. Pero lo grandioso era la
sombra de Aslan. Ondeaba a la izquierda de los demás, enorme y muy terrible. Y todo esto
bajo un cielo que no tendría nunca más estrellas.
La luz detrás de ellos (y algo a su derecha) era tan fuerte que iluminaba hasta las
laderas de los páramos del Norte. Algo se movía allá. Enormes animales se arrastraban y
bajaban deslizándose hacia Narnia: descomunales dragones y gigantescos lagartos y aves
sin plumas con alas que se parecían a las alas de los murciélagos. Desaparecieron dentro de
los bosques y durante unos pocos minutos reinó el silencio. Luego vinieron, al comienzo
desde muy lejos, ruidos de lamentos y después, de todos lados susurros y ruidos de pasos
ligeros y aleteos. Se acercaban más y más. Pronto ya podías distinguir el correteo de
piececitos del pisar de grandes patas, y el claclac de ligeros y pequeños cascos del tronar de
los grandes. Y luego pudieron verse miles de pares de ojos que brillaban. Y, por fin, saliendo
de la sombra de los árboles, corriendo a matarse cerro arriba, por miles y por millones,
llegaron toda clase de criaturas: Bestias que Hablan, Enanos, Sátiros, Faunos, Gigantes,
Calormenes, hombres de Archenland, Monópodos, y extraños seres extraterrestres de las
islas remotas o de las desconocidas tierras del Oeste. Y todos subieron hasta el portal donde
se encontraba Aslan.