Page 79 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 79

—¡No vamos a estar todos ciegos en la oscuridad! —exclamó Diggle.
       —Pero si no está oscuro, pobres Enanos tontos —dijo Lucía—. ¿No ven? ¡Miren para
arriba! ¡Miren a su alrededor! ¿No ven el cielo y los árboles y las flores? ¿No pueden verme
a mí?
       —¿Cómo, en el nombre del Gran Disparate, puedo ver lo que no existe? ¿Y cómo
puedo verte a ti más de lo que tú puedes verme a mí en esta negra tiniebla?
       —Pero yo puedo verte a ti —dijo Lucía—. Te probaré que puedo. Tienes una pipa en
la boca.
       —Cualquiera que conoce el olor del tabaco puede decir eso —replicó Diggle. —¡Oh,
       pobrecitos! —Esto es atroz —exclamó Lucía.
       Entonces se le ocurrió una idea. Se detuvo y cogió algunas violetas silvestres.
       —Escucha, Enano —dijo—. Aun si tus ojos andan mal, a lo mejor tu nariz está buena:
huele esto.
      Se inclinó y acercó las frescas violetas húmedas a la fea nariz de Diggle. Pero tuvo que
apartarse de un salto para evitar una bofetada de su pequeño y recio puño.
       —¡Qué te has imaginado! —gritó—. ¡Cómo te atreves! ¿Qué pretendes metiéndome
un montón de basuras del Establo en la cara? Hasta había un cardo entremedio. ¡Es una
insolencia! ¿Y quién eres tú, a todo esto?
       —Hombre de la tierra —dijo Tirian—, ella es la Reina Lucía, enviada aquí por Aslan desde
el lejano pasado. Y es únicamente por consideración a ella que yo, Tirian, tu legítimo Rey, no
les corto la cabeza a todos ustedes, que han demostrado y vuelto a demostrar que son unos
traidores.
       —¡No me digan que esto no es el colmo! —exclamó Diggle—. ¿Cómo puedes seguir
hablando todas esas tonterías? Tu precioso León no vino a ayudarte, ¿no es cierto? Me lo
temía. Y ahora, incluso ahora, cuando te han derrotado y te han empujado dentro de este
hoyo negro igual que al resto de nosotros, sigues con tu viejo jueguito. ¡Empezando con
nuevas mentiras! Tratando de hacernos creer que ninguno de nosotros está encerrado, y
que no está oscuro, y el cielo sabe qué más.
       —No hay tal hoyo negro, salvo en tu propia fantasía, tonto —gritó Tirian—. Sal de él.
       E inclinándose hacia adelante cogió al Enano por el cinturón y la capucha y lo sacó de
un tirón del círculo. Pero en cuanto Tirian lo bajó, Diggle regresó apresuradamente a su lugar
en medio de los otros, sobándose la nariz y aullando:
       —¡Ay, ay! ¡Para qué hiciste eso! Golpearme la cara contra la muralla. Casi me
rompiste la nariz.

       —¡Oh, Dios mío! —dijo Lucía—, ¿qué vamos a hacer para ayudarlos?
       —Dejarlos solos —dijo Eustaquio.
       Mas mientras hablaban la tierra comenzó a temblar. El aire tan dulce se volvió
súbitamente mucho más dulce. Un resplandor surgió tras ellos. Todos se dieron vuelta.
Tirian fue el último, porque tenía miedo. Allí estaba el anhelo de su corazón, inmenso y real,
el León dorado, el propio Aslan, y ya estaban los demás arrodillándose y formando un
círculo alrededor de sus patas delanteras y enterrando sus manos y caras entre su melena y
él inclinaba su majestuosa cabeza para tocarlos con su lengua. En seguida fijó sus ojos en
Tirian, y Tirian se aproximó, temblando, y se abalanzó a los pies del León, y el León lo besó y
le dijo:
   74   75   76   77   78   79   80   81   82   83   84