Page 51 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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los nombres de todos los árboles de Narnia, de los pájaros y de las plantas que él aún no
conocía. A veces Eustaquio le decía cómo se llamaban en Inglaterra.
Detrás de ellos venía Cándido, y detrás de él Jill y Alhaja caminando muy juntos. Jill se
había, como dirían ustedes, enamorado locamente del Unicornio. Pensaba, y no estaba tan
equivocada, que era el animal más radiante, más delicado y más elegante que había visto
jamás; y era tan amable y tan suave para hablar que, si no lo hubieras sabido, casi no
creerías lo feroz y terrible que podía ser en una batalla.
—¡Oh, esto es delicioso! —dijo Jill—. Caminar así simplemente. Me encantaría que
hubiera más aventuras de esta clase. Es una lástima que siempre estén sucediendo tantas
cosas en Narnia.
Pero el Unicornio le explicó que estaba totalmente equivocada. Dijo que los Hijos e
Hijas de Adán y Eva habían sido traídos desde su extraño mundo a Narnia sólo las veces en
que Narnia estuvo conmocionada o perturbada, pero ella no debía pensar que siempre fue
así. Entre sus visitas hubo cientos y miles de años en que un rey pacifista sucedía a un rey
pacifista hasta que casi no podían recordar sus nombres ni contarlos, y en realidad casi no
había qué escribir en los Libros de Historia. Y siguió hablando de antiguas Reinas y héroes de
los cuales ella no había oído hablar nunca. Habló de la Reina Cisneblanco que vivió en la
época anterior a la Bruja Blanca y el Gran Invierno, que era tan bella que cuando se miraba
en alguna poza del bosque la imagen de su rostro resplandecía en el agua como una estrella
en la noche hasta un año y un día después. Habló de Luna del Bosque, la Liebre que tenía
tan buen oído que podría sentarse cerca de la Poza del Caldero bajo el tronar de la gran
catarata y escuchar lo que los hombres susurraban en Cair Paravel. Contó cómo el Rey Gale,
el noveno descendiente de Francisco, el primero de los Reyes, había navegado muy lejos
hacia los mares del Este y había liberado de un dragón a los habitantes de las Islas Desiertas y
como, a su regreso, le habían regalado las Islas Desiertas para que formaran parte de las
tierras del Rey de Narnia para siempre. Habló de siglos enteros durante los cuales todos
eran tan felices en Narnia que los fabulosos bailes y festines, o máximo los torneos, eran las
únicas cosas que podían recordarse, y cada día y cada semana eran mejor que los
anteriores. Y a medida que proseguía, las imágenes de todos aquellos años dichosos, miles
de ellos, se sucedían en la mente de Jill y era como mirar desde arriba de un cerro a una
fértil y encantadora pradera llena de bosques y aguas y trigales, que se extendía alejándose
más y más allá hasta volverse una línea muy fina y nebulosa debido a la distancia. Y Jill dijo:
—¡Ay, ojalá podamos ajustar cuentas con el Mono y volver a esos buenos tiempos
normales. Y espero que después duren por siempre y siempre y siempre. Nuestro mundo va
a tener fin algún día. Tal vez éste no. ¡Oh, Alhaja!, ¿no sería delicioso que Narnia siguiera
siendo toda la vida como has dicho que era?
—No, hermanita —respondió Alhaja—, todos los mundos llegan a su fin; excepto el
país de Aslan.
—Bueno, por lo menos —dijo Jill— supongo que el fin de éste será de aquí a millones
de millones de millones de años...; ¿qué pasa?, ¿por qué te detienes?
El Rey y Eustaquio y el Enano miraban al cielo. Jill tembló, recordando los horrores
que ya habían visto. Pero no era nada de ese estilo esta vez. Era algo pequeño y se veía
negro contra el azul.