Page 50 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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Aslan, seguramente hasta los más simples comenzarían a sospechar.
Al último acordaron que lo mejor era marcharse y tratar de reunirse con Perspicaz.
Apenas tomada esta decisión, fue maravilloso ver lo animado que se sintió cada uno.
No creo, honestamente, que se debiera a que le tuvieran miedo a una batalla (excepto
quizás Jill y Eustaquio). Mas no me sorprendería que cada cual, muy dentro de su corazón, se
sintiera contento de no tener que acercarse, o por lo menos no todavía, a aquella horrible
cosa con cabeza de pájaro que, visible o invisible, estaría ahora probablemente rondando el
Cerro del Establo. Y como sea, uno siempre se siente mejor cuando ha logrado tomar una
decisión.
Tirian dijo que era mejor sacarse los disfraces, ya que no quería que los confundieran
con calormenes y que los atacara cualquier narniano leal con que pudieran encontrarse. El
Enano hizo una hórrida mezcla de cenizas del fogón y grasa que sacó de un jarro y que
servía para pulir espadas y puntas de lanzas. Después se quitaron la armadura calormene y
bajaron al arroyo. La asquerosa mezcolanza hizo unas lavazas semejantes a las de un jabón
suave; fue un espectáculo agradable y familiar ver a Tirian y a los dos niños arrodillados al
lado del agua restregando la parte de atrás de sus cuellos, o resollando al ir sacándose las
lavazas que los salpicaban. Luego regresaron a la Torre con sus caras enrojecidas y
relucientes, con aspecto de personas que han tomado un buen baño, extraespecial, antes
de ir a una fiesta. Se volvieron a armar al verdadero estilo narniano, con espadas rectas y
escudos triangulares.
—A mi medida —dijo Tirian—. Así está mejor. Por fin me siento un hombre otra vez.
Cándido les imploró que le sacaran la piel de león. Dijo que era muy calurosa y que las
arrugas que le producía en la espalda eran sumamente incómodas y que además lo hacía
verse tan ridículo. Pero le dijeron que tendría que usarla un poco más, pues todavía
necesitaban mostrarlo con ese disfraz a las demás Bestias, a pesar de que por ahora iban a ir
primero al encuentro de Perspicaz.
No valía la pena llevarse lo que quedaba del guiso de paloma ni del de conejo, pero se
llevaron algunas galletas. En seguida Tirian cerró la puerta de la Torre y así finalizó su estada
en ella.
Era poco más de las dos de la tarde cuando partieron, y era aquel el primer día tibio
de esa primavera. Las hojas nuevas parecían haber crecido desde ayer; se habían acabado
las campanillas blancas, pero en cambio vieron numerosas primaveras. La luz del sol
penetraba sesgada a través de los árboles, las aves cantaban y siempre (aunque
generalmente sin verse) se escuchaba el ruido del agua. Era difícil pensar en cosas horribles,
como Tash, por ejemplo. Los niños sentían que “esta es la verdadera Narnia, por fin”. Hasta
el corazón de Tirian se aligeró a medida que caminaba delante de ellos, tarareando una
vieja canción de marcha narniana, cuyo refrán decía:
Ea, redoble, redoble, redoble,
redoble el tambor al golpearlo.
Detrás del Rey venían Eustaquio y el Enano Poggin. Poggin le iba diciendo a Eustaquio