Page 56 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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del territorio y Narnia resucitaría. ¡Después de todo, sería algo muy semejante a lo que
había sucedido en los tiempos del Rey Miraz!

      Tirian escuchó todo y pensó: “Pero ¿y Tash?” y sintió dentro de sí el presentimiento de
que nada de esto iba a ocurrir. Pero no lo dijo.

       Claro que al acercarse al Cerro del Establo todos callaron. Y entonces empezó la parte
verdaderamente delicada del asunto. Desde el momento en que divisaron por vez primera el
Cerro hasta el momento en que llegaron a la parte de atrás del Establo, demoraron casi dos
horas. Es algo que no se puede describir en forma apropiada a menos que escribiera
páginas de páginas sobre el tema. Ir de cualquier lugar donde estaban a cubierto al próximo
era una aventura aparte, y hubo largas esperas entremedio, y varias falsas alarmas. Si eres
un buen Scout o una buena Guía, entenderás muy bien lo que era eso. Al acercarse el
ocaso, se encontraban todos a salvo en medio de un grupo de acebos a unos quince metros
detrás del Establo. Mordisquearon unas pocas galletas y se tendieron.

       Luego vino la parte peor, la espera. Por suerte para los niños, ellos pudieron dormir
un par de horas, pero despertaron, por supuesto, cuando la noche empezó a enfriar, y lo que
es peor, despertaron muertos de sed y sin la menor posibilidad de beber algo. Cándido
permanecía de pie, tiritando un poco de nerviosidad, sin decir nada. Mas Tirian, con su
cabeza apoyada en el anca de Alhaja, durmió profundamente, como si hubiese estado en su
real lecho en Cair Paravel, hasta que el sonar de un gong lo despertó y se sentó y vio que
había una fogata al otro lado del Establo y comprendió que había llegado la hora.

       —Bésame, Alhaja —dijo—. Pues estoy seguro de que esta es nuestra última noche
sobre la tierra. Y si alguna vez te ofendí en algo importante o en algo insignificante,
perdóname.

       —Querido Rey —dijo el Unicornio—, casi desearía que lo hubieras hecho, para así
poder perdonarte. Adiós. Hemos conocido grandes alegrías juntos. Si Aslan me diera a
escoger, no elegiría otra vida distinta de la vida que he llevado ni otra muerte que la que
vamos a tener.

       Después despertaron a Largavista, que dormía con su cabeza bajo el ala (lo que lo
hacía parecer como si no tuviese cabeza), y se arrastraron hasta el Establo. Dejaron a
Cándido (no sin decirle una palabra amable, pues nadie estaba enojado con él ahora) justo
detrás de él, con instrucciones de que no se moviera hasta que alguien viniera a buscarlo, y
tornaron su posición a un extremo del Establo.

       La fogata, recién encendida, comenzaba a arder. Estaba a sólo unos escasos pasos de
ellos, y las innumerables criaturas narnianas se encontraban al otro lado del fuego, de
modo que al principio Tirian no pudo verlas bien, aunque claro que vio decenas de ojos
brillando con el reflejo del fuego, como habrás visto los ojos de un conejo o de un gato brillar
con las luces delanteras de un auto. Y justo cuando Tirian se colocó en su lugar, el gong dejó
de golpear y de alguna parte a su izquierda aparecieron tres siluetas. Una era Rishda
Tarkaan, el capitán calormene.
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