Page 54 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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menos que Aslan los hiciera desaparecer repentinamente), quiso que entonces se fueran a
Archenland cruzando las montañas del sur, pues allí podrían quizás estar a salvo. Pero ellos
no sabían el camino y no había a quién mandar para guiarlos. Además, como dijo Poggin,
una vez que los calormenes hubieran conquistado Narnia seguramente tomarían
Archenland en un par de semanas: el Tisroc siempre quiso que ambos países norteños
fueran suyos. Al final, Eustaquio y Jill rogaron con tal ahínco que Tirian dijo que podían ir con
él y enfrentarse al peligro, o, como él lo llamaba mucho más sensatamente, “la prueba que
Aslan les enviara ”.

       La primera idea del Rey era que no volvieran al Cerro del Establo —les enfermaba su
solo nombre— hasta que estuviera oscuro. Pero el Enano les dijo que si llegaban allí de día
probablemente encontrarían el lugar desierto, o a lo más a algún centinela calormene. Las
Bestias estaban demasiado asustadas por lo que el Mono y Jengibre les decían sobre este
nuevo Aslan furioso —o Tashlan— como para acercarse cuando no eran convocados a
aquellas horribles reuniones a medianoche. Y los calormenes no eran aficionados a andar
por los bosques. Poggin opinaba que, incluso, de día podrían fácilmente llegar a alguna
parte detrás del establo sin ser vistos. Esto sería mucho más difícil a la caída de la noche,
cuando el Mono podría estar congregando a las Bestias y todos los calormenes estarían de
servicio. Y cuando comenzara la reunión podrían dejar a Cándido detrás del establo, sin que
nadie lo pudiera ver, hasta el momento en que ellos quisieran presentarlo. Esto era
evidentemente lo mejor: pues la única oportunidad que tenían era tomar a los narnianos
por sorpresa.

      Todos estuvieron de acuerdo y el grupo se puso en marcha con un nuevo rumbo,
noroeste, en dirección al aborrecido Cerro. A veces el Aguila volaba de aquí para allá por
encima de ellos, a veces se posaba sobre el lomo de Cándido. Nadie, ni siquiera el Rey, salvo
en alguna gran emergencia, habría soñado en montar el Unicornio.

       Esta vez Jill y Eustaquio caminaban juntos. Se habían sentido muy valientes cuando
habían rogado que les permitieran ir con los demás, pero ahora no se sentían valientes ni en
lo más mínimo.

       —Pole —dijo Eustaquio en un susurro—. Tengo que decirte que siento un nudo en el
estómago.

      —Tú no tienes problemas, Scrubb —replicó Jill—. Tú sabes pelear. Pero yo..., yo estoy
temblando, si quieres saber la verdad.

       —¡Ah!, temblar no es nada —dijo Eustaquio—. Yo siento que voy a vomitar. —No
       digas esas cosas, por todos los cielos —exclamó Jill. Continuaron en silencio por un
       par de minutos. —Pole —dijo Eustaquio de pronto.
       —¿Qué? —dijo ella.
       —¿Qué pasará si nos matan aquí?
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