Page 39 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 39

dicho que eso sea Aslan?
       Esa es la imitación que ha hecho el Mono del verdadero Aslan. ¿No lo pueden

entender?

       —¡Y tú tendrás una imitación mejor, supongo! —exclamó Griffle—. No, gracias. Nos
han hecho tontos una vez y no nos harán tontos de nuevo.

       —Yo no —dijo Tirian, airadamente—, yo sirvo al verdadero Aslan. —¿Dónde
       está? ¿Quién es? ¡Muéstralo! —dijeron varios Enanos.
       —¿Creen que lo llevo en mi cartera, necios? —exclamó Tirian—. ¿Quién soy yo para
hacer aparecer a Aslan a mi antojo? El no es un león domesticado.
       En el momento en que estas palabras salieron de sus labios comprendió que había
dado un paso en falso. Los Enanos empezaron inmediatamente a repetir “no es un león
domesticado, no es un león domesticado”, con un burlesco sonsonete.
       —Eso era lo que decían siempre los del otro grupo —dijo uno.
       —¿Quieren decir que no creen en el verdadero Aslan? —preguntó Jill—. Pero si yo lo
he visto. Y él nos envió a nosotros dos desde otro mundo.
       —¡Ah! —dijo Griffle, con una amplia sonrisa—. Eso es lo que tú dices. Te han enseñado
muy bien tu parte. Estás dando tu lección, ¿no es cierto?
       —¡Patán! —gritó Tirian—, ¿le das un mentís a una dama en su propia cara?
       —Sé más cortés, señor —replicó el Enano—. No creo que queramos más reyes..., si es
que eres Tirian, porque no te pareces a él, así como tampoco queremos más Aslan. Nos
vamos a cuidar solos de ahora en adelante y no reconoceremos a nadie como amo.
¿Entiendes?
       —Tiene razón —dijeron los otros Enanos—. Nos mandamos solos ahora. Se acabó
Aslan, se acabaron los reyes, se acabaron los estúpidos cuentos de otros mundos. Los
Enanos con los Enanos.
      Y comenzaron a formar filas y a prepararse para marchar de regreso al lugar,
cualquiera sea, de donde venían.
       —¡Bestiezuelas! —exclamó Eustaquio—. ¿Ni siquiera van a dar las gracias por
haberlos salvado de las minas de sal?
       —¡Oh!, ya sabemos todo eso —repuso Griffle por encima del hombro—. Ustedes
querían utilizarnos, por eso nos rescataron. Están jugando su propio juego, ustedes.
Vámonos, muchachos.
      Y los Enanos rompieron a cantar su curiosa cancioncita de marcha que sigue el ritmo
del tambor, y se perdieron con sus pasos pesados en la oscuridad.
      Tirian y sus amigos se quedaron mirándolos. Luego él dijo una sola palabra: “Vamos”, y
continuaron su viaje.
       Era un grupo silencioso. Cándido creía que aún estaba en desgracia, y además no
entendía realmente muy bien lo que había pasado. Jill, fuera de estar disgustada con los
Enanos, estaba muy impresionada con la victoria de Eustaquio sobre el calormene y se
sentía algo avergonzada. En lo que respecta a Eustaquio, su corazón latía aún
aceleradamente. Tirian y Alhaja caminaban tristemente a la retaguardia. El Rey posaba su
brazo sobre el hombro del Unicornio y a veces el
   34   35   36   37   38   39   40   41   42   43   44