Page 23 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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Después se alejaron correteando y el bosque pareció quedar más oscuro y más frío y
más solitario de lo que estaba antes de que ellos llegaran.

      Salieron las estrellas y el tiempo transcurrió lentamente, imagínate cuán lentamente,
mientras el último Rey de Narnia permanecía rígido y adolorido y muy derecho contra el
árbol en su cautiverio. Pero por fin algo sucedió.

      A lo lejos apareció una luz roja. Luego desapareció por un momento y volvió a
aparecer otra vez, más grande y más fuerte. Entonces pudo ver siluetas oscuras que iban y
venían a este lado de la luz, llevando unos bultos que arrojaban al suelo. Ahora supo lo que
estaba viendo. Era una fogata, recién encendida, y la gente le estaba tirando haces de leña
picada. De pronto se encendió y Tirian pudo ver que estaba sobre la punta de la colina. Veía
claramente el establo detrás, todo iluminado con el rojo resplandor, y una gran multitud de
Bestias y Hombres reunida entre el fuego y el propio Rey. Una figura pequeña, encorvada al
lado del fuego, debía ser el Mono. Decía algo a la muchedumbre, pero él no alcanzaba a oír
sus palabras. En seguida se fue e hizo tres reverencias hasta el suelo ante la puerta del
establo. Después se incorporó y abrió la puerta. Y algo de cuatro patas, algo que caminaba
con paso muy tieso, salió del establo y se paró frente al público.

      Se elevó un gran lamento o rugido, tan sonoro que Tirian pudo escuchar algunas de
las palabras.

       —¡Aslan! ¡Aslan! ¡Aslan! —gritaban las Bestias—. Háblanos. Confórtanos. No sigas
enojado con nosotros.

       Desde donde se hallaba, Tirian no podía distinguir claramente qué cosa era; pero
alcanzaba a ver que era amarillo y peludo. El no había visto nunca al Gran León. El no había
visto nunca ni un león común. No podía estar seguro si lo que veía no era el verdadero
Aslan. No esperaba que Aslan se pareciera a esa cosa tiesa que se paraba sin decir nada.
Pero ¿cómo puede uno estar seguro? Por unos instantes acudieron a su mente
pensamientos horribles; entonces recordó los disparates sobre que Tash y Aslan eran la
misma cosa, y se convenció de que toda esta historia debía ser una superchería.

       El Mono puso su cabeza cerca de la cabeza de la cosa amarilla como si escuchara algo
que el otro le susurraba. Después se volvió y habló a los espectadores, que nuevamente
empezaron a gemir. Entonces la cosa amarilla se volvió con torpeza y caminó —podrías
hasta decir que se contoneó como un pato— de regreso al establo y el Mono cerró la
puerta tras él. Después de esto deben haber apagado el fuego, pues la luz se desvaneció
súbitamente, y Tirian se encontró una vez más solo con el frío y la oscuridad.

       Pensaba en otros Reyes que vivieron y murieron en Narnia en los antiguos tiempos y
le parecía que ninguno de ellos había sido jamás tan desdichado como él. Pensó en el
bisabuelo de su bisabuelo, el Rey Rilian, quien fue raptado, cuando era tan sólo un joven
príncipe, por una Bruja que lo tuvo escondido por años en cavernas oscuras bajo la tierra de
los Gigantes del Norte. Pero todo había salido bien a la postre, ya que dos misteriosos niños
habían aparecido de repente, viniendo de una tierra más allá del fin del mundo, y lo habían
rescatado; él había regresado a su hogar en Narnia y tuvo un largo y próspero reinado. “No
pasa lo mismo conmigo”, se dijo Tirian. Luego se fue más atrás y pensó en el padre de
Rilian, Caspian el Navegante, cuyo perverso tío el Rey Miraz trató de asesinarlo, y cómo
Caspian huyó a los bosques y vivió entre los Enanos. Pero igualmente esa historia había
terminado bien: pues Caspian también fue ayudado por unos niños, sólo que aquella vez
eran cuatro que venían de algún lugar más allá del mundo, y libraron una gran batalla para
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