Page 49 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Mientras el Enano y la Bruja Blanca hablaban, a millas de distancia los Castores y los niños seguían caminando, hora tras
hora, como en un hermoso sueño. Hacía ya mucho que se habían despojado de sus abrigos. Ahora ni siquiera se detenían
para exclamar «¡Allí hay un martín pescador!». «¡Miren cómo crecen las campanitas!». «¿Qué aroma tan agradable es
ése?» o«¡Escuchen aesetordo!»...Caminaban en silencioaspirándolotodo;cruzaban terrenosabiertos a laluzy elcalordelsol,y seintroducíanen
fríos, verdes y espesos bosquecillos, para salir de nuevo a anchos espacios cubiertos de musgo a cuyo alrededor se alzaban altos
olmos muy por encimadelfrondosotecho;luegoatravesabandensasmasas degrosellerosfloridosy espesos espinosblancos, cuyo dulcearoma
era casi abrumador.
Al igual que Edmundo, se habían sorprendido al ver que el invierno desaparecía y el bosque entero pasaba, en pocas horas, de mayo a
octubre. Por cierto, ni siquiera sabían (como lo sabía la Bruja) que esto era lo que debía suceder con la llegada de Aslan a
Narnia. Sin embargo, todos tenían conciencia del hecho que eran los poderes de la Bruja los que mantenían ese invierno sin fin.
Por eso cuando esta mágica primavera estalló, todos supusieron que algo había resultado mal, muy mal, en los planes de la Bruja.
Después de ver que el deshielo continuaba durante un buen tiempo, ellos se dieron cuenta que la Bruja no podría utilizar
más su trineo. Entonces ya no se apresuraron tanto y se permitieron descansos más frecuentes y algo más largos. Estaban
muy cansados, por supuesto, pero no lo que yo llamo exhaustos...; sólo lentos y soñadores, tranquilos interiormente, como
se siente uno al final de unlargodíaalairelibre.SóloSusanateníaunapequeñaheridaenuntalón.
Antes ellos se habían desviadodel cursodelrío un poco hacia la derecha (esto significaba unpocohaciaelsur)parallegarallugardondeestabala
Mesa de Piedra. Y aunque ése no hubiera sido el camino, no habrían podido continuar por la orilla del río una vez que empezó el
deshielo. Con toda la nieve derretida, el río se convirtió muy pronto en un torrente —un maravilloso y rugiente torrente
amarillo—, y dentro de poco el sendero que seguían estaría inundado.
Ahora que el sol estaba bajo, la luz se tornó rojiza, las sombras se alargaron y las flores comenzaron a pensar en
cerrarse.
—No falta mucho ya —dijo el Castor, mientras los guiaba colina arriba, sobre un musgo profundo y elástico (lo
percibían con mucho agrado bajo sus cansados pies), hacia un lugar donde crecían inmensos árboles, muy distantes entre
sí. La subida, al final del día, los hizo jadear y respirar con dificultad. Justo cuando Lucía se preguntaba si realmente podría
llegar a la cumbre sin otro largo descanso, se encontraron de pronto en la cima. Y esto fue lo que vieron.
Estaban en un verde espacio abierto desde el cual uno podía ver el bosque que se extendía hacia abajo en todas direcciones, hasta donde se
perdíalavista...,exceptohaciaeleste:muylejos, algo resplandecía y se movía.
—¡GranDios!—cuchicheóPedroaSusana—.¡Eselmar!
Exactamente en el centro del campo, en lo más alto de la colina, estaba la Mesa de Piedra. Era una inmensa y áspera losa de
piedra gris, suspendida en cuatro piedras verticales. Se veía muy antigua y estaba completamente grabada con extrañas líneas y figuras, que
podían ser las letras de un idioma desconocido. Cuando uno las miraba, producían una rara sensación.
En seguida vieron una bandera clavada a un costado del campo. Era una maravillosa bandera —especialmente ahora
que la luz del sol poniente se retiraba de ella— cuyas orillas parecían ser de seda color amarillo, con cordones carmesí e
incrustaciones de marfil. Y más alto, en un asta, un estandarte, que mostraba un león rampante de color rojo, flameaba