Page 47 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 47

Ahora avanzaban constantemente otra vez. Pronto Edmundo observó que la nieve que salpicaba el trineo en su veloz
carrera estaba más deshecha que la de la noche anterior. Al mismo tiempo advirtió que sentía mucho menos frío y que se
acercaba una espesa niebla. En efecto, minuto a minuto aumentaba la neblina y también el calor. El trineo ya no se
deslizaba tan bien como unos momentos antes. Al principio pensó que quizás los renos estaban cansados, pero pronto se
dio cuenta que no era ésa la verdadera razón. El trineo avanzaba a tirones, se arrastraba y se bamboleaba como si hubiera chocado
con una piedra. A pesar de los latigazos que el Enano propinaba a los renos, el trineo iba más y más lentamente. También
parecía oírse un curioso ruido, pero el estrépito del trineo con sus tirones y bamboleos, y los gritos del enano para apurar a los
renos, impidieron que Edmundo pudiera distinguir qué clasede sonido era, hasta que, de pronto, el trineo se atascó tan fuertemente que no hubo
forma de seguir. Entonces sobrevino un momento de silencio. Y en ese silencio, Edmundo, por fin, pudoescuchar claramente. Era un ruido extraño,
suave, susurrante y continuo..., y, sin embargo, no tan extraño, porque él lo había escuchado antes. Rápidamente, recordó. Era el sonido del agua
que corre. Alrededor de ellos, por todas partes aunque fuera de su vista, los riachuelos cantaban, murmuraban,
burbujeaban, chapoteaban y aun (en la distancia) rugían. Su corazón dio un gran salto (a pesar que él no supo por qué) cuando se dio
cuentaqueelhielo sehabíadeshecho. Y mucho más cerca había un drip-drip-drip desde las ramas de todos los árboles. Entonces
miró hacia uno de ellos y vio que una gran carga de nieve se deslizaba y caía y, por primera vez desde que había llegado a Narnia,
contempló el color verde oscuro de un abeto.

    Pero no tuvo tiempo de escuchar ni de observar nada más porque la Bruja gritó:—¡No te quedes ahí sentado con la mirada

    fija, tonto! ¡Ven a ayudar!

    Por supuesto, Edmundo tuvo que obedecer. Descendió del trineo y caminó sobre la nieve — aunque realmente ésta era algo muy
blando y muy mojado— y ayudó al Enano a tirar del trineo para sacarlo del fangoso hoyo en que había caído. Lo lograron
por fin. El Enano golpeó con su látigo a los renos con gran crueldad y así consiguió poner el trineo de nuevo en movimiento.
Avanzaron un poco más. Ahora la nieve estaba deshecha de veras y en todas direcciones comenzaban a aparecer terrenos
cubiertos de pasto verde. A menos que uno haya contemplado un mundo de nieve durante tanto tiempo como Edmundo, difícilmente
sería capaz de imaginar el alivio que significan esas manchas verdes después del interminable blanco.

    Pero entonces el trineo se detuvo una vez más.

    —Es imposible continuar, su Majestad —dijo el Enano—. No podemos deslizamos con este deshielo.

    —Entonces, caminaremos —dijo la Bruja.

    —Nunca los alcanzaremos si caminamos —rezongó el Enano—. No con la ventaja que nos llevan.

    —¿Eres mi consejero o mi esclavo? —preguntó la Bruja—. Haz lo que te digo. Amarra las manos de la criatura humana
a su espalda y sujeta tú la cuerda por el otro extremo. Toma tu látigo y quita los arneses a los renos. Ellos encontrarán fácilmente el
camino de regreso a casa.

    El Enano obedeció. Minutos más tarde, Edmundo se veía forzado a caminar tan rápido como podía, con las manos atadas a la espalda.
Resbalaba a menudoen lanievederretida, en ellodoo en elpasto mojado.Cada vezqueesto sucedía, elEnano echaba una maldición sobre ély,a
veces, le daba un latigazo. La Bruja, que caminaba detrás del Enano, ordenaba constantemente:

    —¡Más rápido! ¡Más rápido!
   42   43   44   45   46   47   48   49   50   51   52