Page 43 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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—Ahora —dijo Santa Claus—, sus regalos. Aquí hay una máquina de coser nueva y mejor para usted, señora Castora.Se la
dejaré en su casa, alpasar.
—Porfavor, señor—dijolaCastorahaciendounareverencia—, micasa estácerrada.
—Cerraduras y pestillos no tienen importancia para mí —contestó Santa Claus—. Usted, señor Castor, cuando regrese
a su casa encontrará su dique terminado y reparado, con todas lasgoterasdetenidas.También lecolocaréunanueva compuerta.
ElCastorestabatancomplacidoqueabriósubocamuygrandeydescubrióentoncesquenopodía decir ni una palabra.
—Tú, Pedro, Hijo de Adán —dijo Santa Claus. —Aquí
estoy, señor.
—Estos son tus regalos. Son instrumentos y no juguetes. El tiempo de usarlos tal vez se acerca. Consérvalos bien.
Con estas palabras entregó a Pedro un escudo y una espada. El escudo era del color de la plata y en él aparecía la figura de un
león rampante, rojo y brillante como una frutilla madura. La empuñadura de la espada era de oro, y ésta tenía un estuche, un
cinturón y todo lo necesario. Su tamaño y su peso eran los adecuados para Pedro. Éste se mantuvo silencioso y muy
solemne mientras recibía sus regalos, pues se daba perfecta cuenta que éstos eran muy importantes.
—Susana, Hija de Eva —dijo Santa Claus—. Estos son para ti.
Yleentregóunarco,uncarcajllenodeflechasyunpequeñocuernodemarfil.
—Tú debes usar el arco sólo en caso de extrema necesidad —le dijo—, porque yo no pretendo que luches en batalla. Éste no
fallafácilmente.Cuandopongaselcuernoentuslabiosysoples,dondequieraqueestés,algunaayuda vasarecibir.
Por último dijo: —Lucía,
Hija de Eva. Lucía se acercó
a él.
Le dio una pequeña botella que parecía de vidrio (pero la gente dijo más tarde que era de diamante) y un pequeño
puñal.
—En esta botella —le dijo— hay una bebida confortante, hecha del jugo de la flor del fuego que crece en la montaña del Sol.
Si tú o alguno de tus amigos es herido, con unas gotas de ella se restablecerá. El puñal es para que te defiendas cuando realmente lo
necesites. Porque tú tampoco vas a estar en la batalla.
—¿Por qué, señor? —preguntó Lucía—. Yo pienso..., no lo sé..., pero creo que puedo ser suficientemente valiente.
—Ese no es el punto —le contestó Santa Claus—. Las batallas son horribles cuando luchan las mujeres. Ahora —de
pronto su aspecto se vio menos grave—, aquí tienen algo para este momento y para todos.