Page 38 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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arriesgó a acercarse al león. Casi no se atrevía a tocarlo, hasta que, por fin, rápidamente puso una mano sobre él. ¡Era sólo una fría piedra! ¡Había
estadoaterradoporunasimplepiedra!

    El alivio fue tan grande que, apesar del frío, Edmundo sintió que una ola de calor lo invadíahasta los pies. Al mismo tiempo acudió a su
mente una idea que le pareció la más perfecta y maravillosa: «Probablemente, éste es Aslan, el gran León. Ella ya lo atrapó
y lo convirtió en estatua de piedra. ¡Éste es el final de todas esas magníficas esperanzas depositadas en él! ¡Bah! ¿Quién le
tiene miedo a Aslan?»

   Se quedó ahí, rondando la estatua, y repentinamente hizo algo muy tonto e infantil. Sacó un lápiz de su bolsillo y dibujo unos feos
bigotes sobre el labio superior del león y un par de anteojos sobre sus ojos. Entonces dijo:

    —¡Ya! ¡Aslan, viejo tonto! ¿Qué tal te sientes convertido en piedra? ¿Te creías muy poderoso, eh?

   A pesar de los garabatos, la gran bestia de piedra se veía tan triste y noble, con su mirada dirigida hacia la luna, que
Edmundo no consiguió divertirse con sus propias burlas. Se dio media vuelta y comenzó a cruzar el patio.

   Ya traspasaba el centro cuando advirtió que en ese lugar había docenas de estatuas: sátiros de piedra, lobos de piedra, osos, zorros,
gatos monteses de piedra..., todas inmóviles como si se tratara de las piezas en un tablero de ajedrez, cuando el juego está
a mitad de camino. Había figuras encantadoras que parecían mujeres, pero eran, en realidad, los espíritus de los árboles.
Allí se encontraban también la gran figura de un centauro, un caballo alado y una criatura larga y flexible que Edmundo
tomó por un dragón. Se veían todos tan extraños parados allí, como si estuvieran vivos y completamente inmóviles, bajo el frío brillo de la
luz de la luna. Todo era tan misterioso, tan espectral, que no era nada fácil cruzar ese patio.

   Justo en elcentrohabíaunafigura enorme.Aunquetan alta como un árbol, tenía forma dehombre, con una cara feroz, una barba hirsutayuna
gran porraen su mano derecha. A pesar que Edmundo sabía que ese gigante era sólo una piedra y no un ser vivo, no le agradó en
absoluto pasar a su lado.

    En ese momento vio una luz tenue que mostraba el vano de una puerta en el lado más alejado del patio. Caminó hacia
ese lugar. Se encontró con unas gradas de piedra que conducían hasta una puerta abierta. Edmundo subió. Atravesado en el umbral
yacía un enorme lobo.

    —¡Está bien! ¡Está bien! —murmuró—. Es sólo otro lobo de piedra. No puede hacerme ningún daño.

   Alzó un pie para pasar sobre él. Instantáneamente el enorme animal se levantó con el pelo erizadosobreellomoyabrióuna
enormebocaroja.

    —¿Quién está ahí? ¿Quién está ahí? ¡Quédate quieto, extranjero, y dime quién eres! — gruñó.

    —Por favor, señor —dijo Edmundo; temblaba en tal forma que apenas podía hablar—; mi nombre es Edmundo y soy el Hijo
de Adán que su Majestad encontróen el bosque el otro día. Yohevenidoatraerlenoticiasdemihermanoy mishermanas.EstánahoraenNarnia...,
muy cerca, en la casa del Castor. Ella..., ella quería verlos.

    —LediréasuMajestad—dijoelLobo—.Mientrastanto,quédatequietoaquí,enelumbral,si en algo valoras tu vida.
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