Page 41 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Había dejado de nevar y la luna salía cuando ellos comenzaron su marcha. Caminaban en una fila..., primero el Castor; lo
seguían,Lucía,PedroySusana,eneseorden,laúltimaerala señora Castora.
El Castor los condujo a través del dique, hacia la orilla derecha del río. Luego, entre los árboles y a lo largo de un sendero muy
escabroso, descendieron por la ribera. Ambos lados del valle, que brillaban bajo la luz de la luna, se elevaron sobre ellos.
—Lo mejor es que continuemos por este sendero mientras sea posible —dijo el Castor—. Ella tendrá que mantenerse en la cima, porque nadie
puede traer un trineo aquí abajo.
Habría sido una escena magnífica si se la hubiera mirado a través de una ventana y desde un cómodo sillón. Incluso, a
pesar de las circunstancias. Lucía se sintió maravillada en un comienzo. Pero como ellos caminaron..., caminaron y
caminaron, y el saco que cargaba en su espalda se le hizo más y más pesado, empezó a preguntarse si sería capaz de continuar así. Se
detuvo y miró la increíble luminosidad del río helado, con sus caídas de agua convertidas en hielo, los blancos conjuntos de
árboles nevados, la enorme y brillante luna, las incontables estrellas...,pero sólopudo verdelantedeellalascortaspiernasdelcastorque
iban—pad-padpad-pad— sobre la nieve como si nunca fueran a detenerse.
La luna desapareció y comenzó nuevamente a nevar. Lucía estaba tan cansada que casi dormía al mismo tiempo que
caminaba. De pronto se dio cuenta que el Castor se alejaba de la riberadelríohacialaderechay losllevabacerroarribaporunaempinadacuesta,en
mediodeespesos matorrales.
Tiempo después, cuando ella despertó por completo, alcanzó a ver que el Castor desaparecía en una pequeña cueva de
ribera, casi totalmente oculta bajo los matorrales y que no se veía a menos que uno estuviera sobre ella. En efecto, en el
momento en que la niña se dio cuenta de lo que sucedía, ya sólo asomaba su ancha y corta cola de castor. Lucía se detuvo de inmediato y se
arrastró después de él. Entonces, tras ella oyó ruidos de gateos, resoplidos y palpitaciones, y en un momento los cinco estuvieron adentro.
—¿Qué lugar es éste? —preguntó Pedro con voz que sonaba cansada y pálida en la oscuridad.(Esperoqueustedessepanlo
que yo quiero decir con una voz que suena pálida.)
—Es un viejo escondite para castores, en los malos tiempos —dijo el señor Castor—, y un gransecreto.Ellugarnoesmuy
cómodo, pero necesitamos algunas horas de sueño.
—Si todos ustedes no hubieran organizado esa tremenda e insoportable alharaca antes de partir,yo podríahabertraído
algunos cojines —dijola Castora.
Lucía pensaba que esa cueva no era nada de agradable, menos aún si se la comparaba con la del señor Tumnus... Era
sólo un hoyo en la tierra, seco, polvoriento y tan pequeño que, cuando todos se tendieron, se produjo una confusión de pieles y ropa
alrededor de ellos. Pero, a pesar de todo, estaban abrigados y, después de esa larga caminata, se sentían allí bastante cómodos.
¡Sisóloelsuelodelacuevahubierasidomásblando!
En medio de la oscuridad, la Castora tomó un pequeño frasco y lo pasó de mano en mano para que los cinco bebieran
un poco... La bebida provocaba tos, hacía farfullar y picaba en la garganta; sin embargo uno se sentía maravillosamente
bien después de haberla tomado... Y todos se quedaron profundamente dormidos.
ALucíaleparecióque sólohabíatranscurridoun minuto (apesarquerealmentefuehorasyhoras más tarde) cuando despertó. Se sentía
algo helada, terriblemente tiesa y añoraba un baño caliente. Le pareció que unos largos bigotes rozaban sus mejillas y vio la
fría luz del día que se filtraba por la boca de la cueva.