Page 14 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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—No es bueno beber sin comer, Hijo de Adán —dijo la Reina un momento después—. ¿Qué es lo que te apetecería
comer?

   —Delicias turcas, por favor, su Majestad —dijo Edmundo.

    La Reina derramó sobre la nieve otra gota de su botella y al instante apareció una caja redonda atada con cintas verdes de
seda. Edmundo la abrió: contenía varias libras de lo mejor en Delicias turcas. Eran dulces y esponjosas. Edmundo no recordaba haber probado
jamás algo semejante.

    Mientras comía, la Reina no dejó de hacerle preguntas. Al comienzo, Edmundo trató de recordar que era vulgar hablar
con la boca llena. Pero luego se olvidó de todas las reglas de educación y se preocupó únicamente de comer tantas Delicias turcas
como pudiera. Y mientras más comía, más deseaba continuar comiendo.

    Mientras tanto, no se le pasó por la mente preguntarse por qué su Majestad era tan inquisitiva. Ella consiguió que él le contara
que tenía un hermano y dos hermanas y que una de éstas había estado en Narnia y había conocido al Fauno. También le dijo que
nadie, excepto ellos, sabía nada sobre Narnia. La Reina pareció especialmente interesada en el hecho que los niños fueran
cuatroy volvióaesepuntoconfrecuencia.

    —¿Estás seguro que ustedes son sólo cuatro? Dos Hijos de Adán y dos Hijas de Eva, ¿nada más ni nada menos?

    Edmundo, con la boca llena de Delicias turcas, se lo reiteraba. «Sí, ya se lo dije», repetía olvidandollamarla«suMajestad».
Pero a ella eso no parecía importarle ahora.

    Por fin las Delicias turcas se terminaron. Edmundo mantuvo la vista fija en la caja vacía con la esperanza que ella le ofreciera
algunas más. Probablemente la Reina podía leer el pensamiento del niño, pues sabía —y Edmundo no— que esas Delicias
turcas estaban encantadas y que quien las probaba una vez, siempre quería más y más. Y si le permitía continuar, no podía
detenersehastaqueenfermabaymoría.Ellanoleofreciómás;enlugardeeso, le dijo:

    —Hijo de Adán, me gustaría mucho conocer a tus hermanos. ¿Querrías traérmelos hasta aquí?

    —Trataré —contestó Edmundo, todavía con la vista fija en la caja vacía.

    —Sitúvuelves,peroconellosporsupuesto,podrédarteDelicias turcas de nuevo. No puedo dartemásahora.Lamagiaessóloparauna
vez, pero en mi casa será diferente.

    —¿Por qué no vamos a tu casa ahora? —preguntó Edmundo.

   Cuando Edmundo subió al trineo, había sentido miedo a que ella lo llevara muy lejos, a algún lugar desconocido desde el cual
nopudieraregresar.Ahoraparecíahaberolvidadotodossus temores.

    —Mi casa es un lugar encantador —dijo la Reina—. Estoy segura que te gustará. Allí hay cuartos completamente llenos
de Delicias turcas. Y, lo que es más, no tengo niños propios. Me gustaría tener un niño bueno y amable a quien yo podría
educar como Príncipe y que luego sería Rey de Narnia, cuando yo falte. Y mientras fuera Príncipe, llevaría una corona de
oro y podría comer Delicias turcas todo el día. Y tú eres el joven más inteligente y buen mozo que yo conozco. Creo que me gustaría
convertirte en Príncipe..., algún día..., cuando hayas traído a tus hermanos a visitarme.
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