Page 11 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Los pasos que Lucía había oído eran los de Edmundo. El niño entró en el cuarto en el momento preciso en que ella se
introducía en el ropero. De inmediato decidió hacer lo mismo, no porque fuera un buen lugar para esconderse, sino porque podría
seguir molestándola con su país imaginario. Abrió la puerta. Estaba oscuro, olía a naftalina, y allí estaban los abrigos colgados,
pero no había un solo rastro de Lucía.
«Cree que es Susana la que viene a buscarla —se dijo Edmundo—; por eso se queda tan quieta.»
Sin más, saltó adentro y cerró la puerta, olvidando que hacer eso era una verdadera locura. En la oscuridad empezó a buscar a Lucía y se
sorprendió de no encontrarla de inmediato, como había pensado. Decidió abrir la puerta para que entrara un poco de luz. Pero
tampoco pudo hallarla.Todoestonolegustónadayempezóasaltarnerviosamentehaciatodoslados.Alfingritó con desesperación:
—¡Lucía!¡Lu!¿Dóndetehasmetido?Séqueestásaquí.
No hubo respuesta. Edmundo advirtió que su propia voz tenía un curioso sonido. No había sido elqueseesperadentrodeun
armario cerrado, sino un sonido al aire libre. También se dio cuenta que el ambiente estaba extrañamente frío. Entonces vio una luz.
—¡Gracias a Dios! —exclamó—. La puerta se tiene que haber abierto por sí sola.
Se olvidó de Lucía y fue hacia la luz, convencido del hecho que iba hacia la puerta del ropero. Pero en lugar de llegar al
cuarto vacío, salió de un espeso y sombrío conjunto de abetos a un claro en medio del bosque.
Había nieve bajo sus pies y en las ramas de los árboles. En el horizonte, el cielo era pálido como eldeuna mañanadespejada
de invierno. Frente a él, entre los árboles, vio levantarse el sol muy rojo y claro. Todo estaba en silencio como si él fuera la única
criatura viviente. No había ni siquiera un pájaro, y el bosque se extendía en todas direcciones, tan lejos como alcanzaba la
vista. Edmundo tiritó.
En ese momento recordó que estaba buscando a Lucía. También se acordó de lo antipático que había sido con ella al
molestarla con su «país imaginario». Ahora se daba cuenta que en modo alguno era imaginario. Pensó que no podía estar muy lejos y
llamó:
—¡Lucía!¡Lucía!Estoyaquítambién.SoyEdmundo.No hubo respuesta.
—Está enojada por todo lo que le he dicho —murmuró.
Apesarquenolegustabaadmitirquesehabíaequivocado,menosaúnlegustabaestarsoloy con tanto frío en ese silencioso lugar.
—¡Lu! ¡Perdóname por no haberte creído! ¡Ahora veo que tenías razón! ¡Ven, hagamos las paces! —gritó de nuevo.
Tampoco hubo respuesta esta vez.
«Exactamente como una niña —se dijo—. Estará amurrada por ahí y no aceptará una disculpa.»