Page 18 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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—¡Mira, tú! —exclamó Pedro, volviéndose hacia él con fiereza—. ¡Cállate! Te has portado como un perfecto animal con
Lu desde que ella empezó con esta historia del ropero. Ahora le sigues la corriente y juegas con ella sólo para hacerla hablar.Pienso que
lohacessimplementepor rencor.

    —Pero todo esto no tiene sentido... —dijo Edmundo, muy sorprendido.

    —Por supuesto que no —respondió Pedro—; ése es justamente el asunto. Lu estaba muy bien cuando dejamos nuestro
hogar, pero, desde que estamos aquí, está rara, como si algo pasara en su mente o se hubiera transformado en la más horrible
mentirosa. Sin embargo, sea lo que fuere, ¿crees que le haces algún bien al burlarte de ella y molestarla un día para darle
ánimos al siguiente?

    —Pensé...,pensé...—murmuróEdmundo,perolaverdadfuequenoseleocurrióquédecir.

    —Tú no pensaste nada de nada —dijo Pedro—. Es sólo rencor. Siempre te ha gustado ser cruelconcualquierniñomenorque
tú. Ya lo hemos visto antes, en el colegio...

    —¡Nosigan!—imploróSusana—.Noarreglaremosnadaconunapeleaentreustedes.Vamosa buscar a Lucía.

    No fueuna sorpresaparaningunodeelloscuando,mucho mástarde, encontrarona Lucía yvieron que había estado llorando. Tenía los
ojos rojos. Nada de lo que le dijeron cambió las cosas. Ella se mantuvo firme en su historia.

    —No me importa lo que ustedes piensen. No me importa lo que digan. Pueden contarle al Profesor o escribirle a mamá.
Haganloquequieran.YoséqueconocíaunFauno...,ydesearíahabermequedadoallá.Todosustedes son unos malvados.

    La tarde fue muy poco agradable. Lucía estaba triste y desanimada. Edmundo comenzó a darse cuenta que su plan no
caminaba tan bien como había esperado. Los dos mayores temían realmente que Lucía estuviese mal de su mente, y se quedaron en el pasillo
hablandomuybajohasta mucho después que ella se fue a la cama.

   A la mañana siguiente, ambos decidieron que le contarían todo al Profesor.

    —Él le escribirá a papá si considera que algo anda mal con Lucía —dijo Pedro—. Esto no es algoquenosotrospodamos
resolver. Está fuera de nuestro alcance.

    DemaneraquesedirigieronalescritoriodelProfesorygolpearonasupuerta.—Entren —les dijo.

   Se levantó, buscó dos sillas para los niños y les dijo que estaba a su disposición. Luego se sentó frente a ellos, con los
dedos entrelazados, y los escuchó sin hacer ni una sola interrupción hasta que terminaron toda la historia. Después carraspeó y dijo lo
últimoqueellosesperaban escuchar.

    —¿Cómo saben ustedes que la historia de su hermana no es verdadera?

    —¡Oh!, pero... —comenzó Susana, y luego se detuvo. Cualquiera podía darse cuenta, con sólo mirar la cara del anciano,
que él estaba completamente serio. Susana se armó de valor nuevamente y continuó—: Pero Edmundo dijo que ellos sólo estaban
imaginando...

    —Ese es un punto —dijo el Profesor— que, ciertamente, merece consideración. Una cuidadosa consideración. Por
ejemplo, me van a disculpar la pregunta, la experiencia que
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