Page 12 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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Miró a su alrededor: ese lugar no le gustaba nada. Decidió volver a la casa cuando, en la distancia, oyó un ruido de
campanas. Escuchó atentamente y el sonido se hizo más y más cercano.Alfin,aplenaluz,aparecióuntrineoarrastradopordosrenos.
El tamaño de los renos era como el de los ponies de Shetland, y su piel era tan blanca que a su lado la nieve se veía casi
oscura. Sus cuernos ramificados eran dorados y resplandecían al sol. Sus arneses de cuero rojo estaban cubiertos de campanillas. El
trineo era conducido por un enano gordo que, de pie, no tendría más de un metro de altura. Estaba envuelto en una piel de oso polar, y en la
cabeza llevaba un capuchón rojo con un largo pompón dorado en la punta; su enorme barba le cubría las rodillas y le servía de
alfombra. Detrás de él, en un alto asiento en el centro del trineo, se hallaba una persona muy diferente: era una señora inmensa,
más grande que todas las mujeres que Edmundo conocía. También estaba envuelta hasta el cuello en una piel blanca. En
su mano derecha sostenía una vara dorada y llevaba una corona sobre su cabeza. Su rostro era blanco, nopálido, sino blanco como el
papel, la nieveo el azúcar. Sólosu boca era muy roja. A pesar de todo, su cara era bella, pero orgullosa, fría y severa.
Mientras se acercaba hacia Edmundo, el trineo presentaba una magnífica visión con el sonido de las campanillas, el
látigo del Enano que restallaba en el aire y la nieve que parecía volar a ambos lados del carruaje.
—¡Detente! —exclamó la Dama, y el Enano tiró tan fuerte de las riendas que por poco los renos cayeron sentados. Se
recobraron y se detuvieron mordiendo los frenos y resoplando. En el aire helado, la respiración que salía de las ventanas de sus
narices se veía como si fuera humo.
—¡PorDios!¿Quéerestú?—preguntólaDamaaEdmundo.—Soy..., soy..., mi nombre es
Edmundo —dijo el niño con timidez. La Dama puso mala cara.
—¿Así te diriges a una Reina? —preguntó con gran severidad. —Le ruego que me perdone, su
Majestad. Yo no sabía...
—¿No conoces a la Reina de Narnia? —gritó ella—. ¡Ah! ¡Nos conocerás mejor de ahora en adelante! Pero..., te repito,
¿qué eres tú?
—Por favor, su Majestad —dijo Edmundo—, no sé qué quiere decir usted. Yo estoy en el colegio...,porlomenos,estaba...
Ahora estoy de vacaciones.
CAPÍTULO 4
DELICIAS TURCAS