Page 92 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 92
XVI ADIOS A LAS TIERRAS IRREALES
Si uno pudiera correr sin cansarse, creo que muchas veces no querría hacer ninguna
otra cosa. Pero debe haber una razón especial para detenerse, y fue una razón especial la
que hizo que Eustaquio gritara de pronto:
—¡Caracoles! ¡Paren! ¡Miren a dónde estamos llegando!
Y había por qué gritar. Porque tenían ante sus ojos la Poza del Caldero y detrás de la
Poza los elevados e inescalables acantilados y, bajando a torrentes por los acantilados, a
miles de toneladas de agua por segundo, centelleando como diamante en algunas partes y
oscura y de un verde cristalino en otras, la Gran Catarata; y ya su tronar llegaba a sus oídos.
—¡No se detengan! Más hacia arriba y más hacia adentro —gritó Largavista,
elevándose en ángulo al volar un poco más hacia arriba.
—Todo esto es muy fácil para él —protestó Eustaquio, pero Alhaja también gritó:
—No se detengan. ¡Más hacia arriba y más hacia adentro! ¡Sin miedo!
Su voz apenas se escuchaba por sobre el estruendo del agua, pero al instante siguiente
vieron que se había zambullido en la poza. Y atropellándose detrás de él, con un chapoteo
tras otro chapoteo, los demás hicieron lo mismo. El agua no estaba tan penetrantemente
helada como todos (y especialmente Cándido) esperaban, sino de una frescura deliciosa y
espumante. Se encontraron nadando derecho hacia la Catarata.
—Esto es absolutamente de locos —dijo Eustaquio a Edmundo. —Ya lo
sé. Y, sin embargo... —repuso Edmundo.
—¿No es maravilloso? —dijo Lucía—. ¿Se han dado cuenta de que uno no puede
sentir miedo, aunque quisiera? Hagan la prueba.
—Cielos, no se puede —exclamó Eustaquio después de haber tratado.
Alhaja fue el primero en llegar al pie de la Catarata, y Tirian iba sólo un poquito más
atrás. Jill fue la última, de modo que pudo ver todo mejor que los demás. Vio algo blanco
que se movía continuamente de cara a la Catarata. La cosa blanca era el Unicornio. No
podías decir si estaba nadando o trepando, pero seguía moviéndose, cada vez a más altura.
La punta de su cuerno dividía el agua justo encima de su cabeza, y la hacía caer en cascada
formando dos riachuelos con los colores del arco iris alrededor de sus hombros. Poco detrás
de él venía el Rey Tirian. Movía sus piernas y brazos como si fuera nadando, pero subía
derecho