Page 93 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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hacia arriba, como si uno pudiera subir nadando por una muralla.
       Lo más cómico eran los Perros. Durante el galope no se cansaron, pero ahora, mientras

hormigueaban y serpenteaban hacia arriba, hubo una cantidad de balbuceos y estornudos;
era porque seguían ladrando y cada vez que ladraban se les llenaban la boca y las narices de
agua. Pero antes de que Jill tuviera tiempo de advertir plenamente todas estas cosas,
también ella iba subiendo por la Catarata. Era la clase de cosas que hubieran resultado
imposibles de hacer en nuestro mundo. Incluso, si no te hubieras ahogado, te habría hecho
pedazos el terrible peso del agua contra las incontables puntas de rocas. Pero en aquel
mundo podías hacerlo. Subías, más y más arriba, con toda clase de reflejos de luz que te
deslumbraban desde el torrente y todo tipo de piedras de colores resplandeciendo a través
del agua, hasta que te parecía estar escalando la propia luz, y siempre más alto y más alto
hasta que la sensación de altura te habría aterrado si pudieras aterrarte, pero acá era nada
más que una gloriosa emoción. Y después llegabas por fin a la curva verde, deliciosa y tersa,
donde el agua vertía encima de la cumbre y te encontrabas afuera en el tranquilo río sobre
la catarata. La corriente seguía su curso detrás de ti, pero tú eras un nadador tan
extraordinario que podías avanzar contra ella. Pronto estuvieron todos en la orilla,
chorreando agua, pero felices.

      Un extenso valle se abría adelante y grandes montañas nevadas, mucho más cercanas
ahora, se alzaban contra el cielo.

       —Más arriba y más adentro —gritó Alhaja, y de inmediato echaron a andar
nuevamente.

       Habían salido de Narnia ya y estaban en el Salvaje Oeste que ni Tirian ni Pedro ni
siquiera el Aguila habían visto antes. Pero sí el Señor Dígory y la Señora Polly. “¿Te acuerdas?
¿Te acuerdas?”, decían..., y lo decían con voces firmes, sin jadear, a pesar de que todo el
grupo corría ahora más ligero que una flecha volando.

       —¿Qué, Señor? —preguntó Tirian—. ¿Es verdad entonces, como cuentan las historias,
que ustedes dos vinieron aquí el mismo día en que se hizo el mundo?

       —Sí —respondió Dígory—, y me parece que fue sólo ayer.
       —¿Y en un caballo volador? —preguntó Tirian—. ¿Esa parte es verdad? —Por
       cierto —contestó Dígory.
       Pero los Perros ladraban: “¡Más rápido, más rápido!”
       Corrieron, pues, más y más rápido hasta que pareció que volaban en lugar de correr, e
incluso el Aguila que aleteaba encima no iba más ligero que ellos. Y cruzaron uno tras otro
los serpenteantes valles y subieron las abruptas laderas de las colinas y, más rápido que
nunca, descendieron al otro lado, siguiendo el curso del río y a veces atravesándolo y
corriendo a ras del agua a través de los lagos de las montañas como si fueran vivientes
lanchas a motor, hasta que finalmente, al otro extremo de un inmenso lago azul como una
turquesa, divisaron una tersa colina verde. Sus laderas eran tan inclinadas como las de una
pirámide y alrededor de su cumbre había un muro verde: y por encima del muro se alzaban
las ramas de los árboles, cuyas hojas parecían ser de plata y sus frutos de oro.

       —¡Más hacia arriba y más hacia adentro! —gritó el Unicornio, y nadie se quedó atrás.
       Echaron a correr justo al pie de la colina y luego se encontraron subiendo casi como el
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