Page 7 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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II LA TEMERIDAD DEL REY
Unas tres semanas más tarde, el último de los Reyes de Narnia se hallaba sentado
bajo el gran roble que crecía al lado de la puerta de su pequeño pabellón de caza, donde
con frecuencia pasaba diez o más días en la agradable época de primavera. Era un edificio
de poca altura, con techo de paja, cercano al extremo oriente del Páramo del Farol y algo
más arriba de la confluencia de los dos ríos. Le encantaba vivir allí con simplicidad y a sus
anchas, alejado del ceremonial y pompa de Cair Paravel, la ciudad real. Su nombre era Rey
Tirian, y tenía entre veinte y veinticinco años de edad; sus hombros eran ya anchos y
fuertes y sus brazos y piernas tenían músculos duros, pero su barba era aún muy corta.
Tenía ojos azules y un rostro de expresión intrépida y franca.
Aquella mañana de primavera estaba acompañado solamente de su más querido
amigo, Alhaja, el Unicornio. Se querían como hermanos y cada cual había salvado la vida del
otro en la guerra. El majestuoso animal estaba de pie junto a la silla del Rey, con el cuello
doblado mientras pulía su cuerno azul contra la cremosa blancura de su anca.
—No puedo concentrarme en ningún trabajo o deporte hoy día, Alhaja —dijo el
Rey—. No puedo pensar en otra cosa que en las maravillosas novedades. ¿Crees que hoy
sabremos algo más?
—Son las noticias más maravillosas que jamás se han escuchado en nuestros días o en
los de nuestros padres o nuestros abuelos, Señor —repuso Alhaja—, si es que son
verdaderas.
—¿Cómo podría no ser verdad? —dijo el Rey—. Hace más de una semana que los
primeros pájaros vinieron volando a contarnos que Aslan está aquí, que Aslan ha venido a
Narnia una vez más. Y después fueron las ardillas. No lo habían visto, pero dijeron que era
cierto que estaba en los bosques. Luego vino el Venado. Dijo que él lo había visto con sus
propios ojos, muy a lo lejos, a la luz de la luna en el Páramo del Farol. Enseguida vino ese
hombre moreno con barba, el mercader de Calormen. Los calormenes no aman a Aslan
como nosotros; mas el hombre habló de ello como algo fuera de toda duda. Y anoche vino
el Tejón; también él había visto a Aslan.
—En verdad, Señor —respondió Alhaja—, creo todo eso. Si parece que no lo hago es
sólo que mi dicha es demasiado grande para pensar y creer con serenidad. Es casi demasiado
hermoso para creerlo.
—Sí —dijo el Rey con un hondo suspiro, más bien un estremecimiento de deleite—.
Sobrepasa todo lo que jamás haya yo esperado en toda mi vida.