Page 4 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 4
—Y me pregunto..., me pregunto..., me pregunto —dijo Truco para sí mismo, pues
estaba pensando con gran concentración.
—Me pregunto quién habrá matado al pobre León —dijo Cándido de pronto—. Hay
que enterrarla. Debemos hacer un funeral.
—¡Oh, no era un León que Habla! —dijo Truco—. No te preocupes por eso. No hay
Bestias que Hablan allá arriba detrás de las Cataratas, allá en las Tierras Vírgenes del Oeste.
Esta piel debe haber pertenecido a un león mudo y salvaje.
Esto era, por lo demás, muy cierto. Meses atrás un cazador, un hombre, había matado
y desollado a este león en algún lugar de las Tierras Vírgenes del Oeste. Pero eso no tiene
nada que ver con esta historia.
—De todos modos, Truco —dijo Cándido—, aunque la piel haya pertenecido a un león
mudo y salvaje, ¿no deberíamos enterrarla decentemente? Quiero decir, ¿no son todos los
leones algo..., bueno, algo bastante solemne? Debido a tú sabes Quién. ¿No lo crees?
—No te estés metiendo ideas en la cabeza, Cándido —advirtió Truco—. Porque, ya lo
sabes, el pensar no es tu fuerte. Haremos de esta piel un elegante y cálido abrigo para ti.
—¡Oh, no creo que me guste! —protestó el Burro—. Parecería..., es decir, los demás
animales podrían creer..., quiero decir, no me sentiría...
—¿De qué estás hablando? —dijo Truco, rascándose al revés, como hacen los Monos.
—Creo que sería una falta de respeto para con el Gran León, el propio Aslan, si un asno
como yo se paseara vestido con una piel de león —dijo Cándido.
—Mira, no te pongas a discutir, por favor —replicó Truco—. ¿Qué entiende un asno
como tú de esa clase de cosas? Ya sabes que no eres bueno para pensar, Cándido, de modo
que ¿por qué no me dejas a mí pensar por ti? ¿Por qué no me tratas como yo te trato a ti?
Yo no pienso que puedo hacerlo todo. Sé que tú eres mejor que yo en algunas cosas. Por
eso fue que te dejé entrar a la Poza; sabía que lo harías mejor que yo. Pero ¿por qué no
puedo tener mi turno cuando se trata de algo que yo puedo hacer y tú no? ¿No me dejarás
nunca hacer algo? Sé justo. Cada cual su turno.
—¡Oh!, está bien, por supuesto, si lo pones así —dijo Cándido.
—Yo te diré lo que hay que hacer —exclamó Truco—. Lo mejor será que te vayas de
un buen trote río abajo hasta Chippingford y veas si tienen algunas naranjas o plátanos.
—Pero estoy tan cansado, Truco —suplicó Cándido.
—Sí, pero estás muy helado y mojado —repuso el Mono—. Necesitas algo para
entrar en calor. Un trote rápido es justo lo que te hace falta. Por otra parte, hoy es día de
mercado en Chippingford.
Y entonces, por supuesto, Cándido dijo que iría.
En cuanto se quedó solo, Truco se fue con su paso pesado e inseguro, a veces en dos
patas y a veces en cuatro, hasta llegar a su árbol. Después saltó de rama en rama, chillando
y sonriendo todo el tiempo, y entró en su casita. Encontró aguja e hilo y un enorme par de
tijeras allí; pues era un Mono listo y los enanos le habían enseñado a coser. Puso el ovillo de
hilo (era sumamente grueso, más similar a una cuerda que al hilo) en su boca y su mejilla se
hinchó como si estuviera chupando un pedazo inmenso de caluga. Sostuvo la aguja entre
los labios y tomó las tijeras con su pata izquierda. Luego bajó del árbol y se alejó arrastrando
los pies hasta donde estaba la piel de león. Se agazapó y comenzó a trabajar.
Se dio cuenta de inmediato de que el cuerpo de la piel de león era demasiado largo para
Cándido y su pescuezo demasiado corto. De manera que cortó un buen pedazo del cuerpo y