Page 3 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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hábil como cualquier hombre o enano cuando se trata de coger cosas. Yo sólo tengo mis
pezuñas.

       —Realmente, Cándido —dijo Truco—. Jamás pensé que podrías decir algo semejante.
No lo esperé de ti, realmente.

       —¿Por qué? ¿Qué he dicho para ofenderte? —dijo el Asno, hablando en tono más
humilde, pues se dio cuenta de que Truco estaba profundamente ofendido—. Sólo quería
decir que...

       —Pretender que yo me meta al agua —dijo el Mono—. ¡Como si no supieras
perfectamente bien lo débil que los simios tenemos el pecho y lo fácilmente que nos
resfriamos! Muy bien. Me meteré. Ya tengo suficiente frío con este viento atroz. Pero me
meteré. Moriré, probablemente. Y entonces te arrepentirás.

      Y la voz de Truco sonó como si estuviera al borde de romper en lágrimas.
       —Por favor, no lo hagas, por favor no, por favor no —dijo Cándido, mitad rebuznando
y mitad hablando—. Nunca pretendí nada así, Truco, te juro que no. Sabes lo estúpido que
soy y que no puedo pensar más de una cosa a la vez. Había olvidado lo delicado de tu pecho.
Claro que seré yo quien entre en la poza. No debes ni pensar en hacerlo tú. Prométeme que
no lo harás, Truco.
       De modo que Truco lo prometió y Cándido se fue, haciendo sonar clopeticlop sus
cuatro cascos por el borde rocoso de la Poza, en busca de un lugar por donde poder
penetrar. Incluso sin considerar el frío, no era ningún chiste meterse en esa agua temblorosa
y espumante, y Cándido tuvo que detenerse tiritando por un momento antes de decidirse a
hacerlo. Pero entonces Truco le gritó desde atrás:
       —Quizás sea mejor que vaya yo después de todo, Cándido. Y
      cuando Cándido lo escuchó, dijo:
       —No, no. Tú prometiste. Ahora me meto.
      Y entró.
      Una gran masa de espuma le golpeó la cara y le llenó la boca de agua, cegándolo.
Después se hundió totalmente por unos pocos segundos, y cuando volvió a salir a la
superficie, se encontró en otro lugar de la Poza. Luego lo cogió el remolino y lo arrastró cada
vez más y más rápido hasta llevarlo justo bajo la catarata, y la fuerza del agua lo sumergió en
las profundidades, tan abajo que creyó que jamás sería capaz de retener la respiración hasta
salir otra vez. Y cuando logró subir y cuando por fin pudo acercarse algo a la cosa que
trataba de coger, ésta se alejó de él y quedó a su vez bajo la cascada y se hundió hasta el
fondo. Cuando emergió de nuevo se encontraba más lejos que nunca. Pero por fin, cuando
ya se sentía muerto de cansancio, lleno de magullones y entumecido de frío, logró atrapar
la cosa con sus dientes. Y salió arrastrándola delante de él y sus cascos se enredaban con
ella, porque la cosa era tan grande como una alfombra de esas que se colocan frente a la
chimenea, y estaba muy pesada y fría y llena de fango.

       La tiró al suelo a los pies de Truco y se quedó parado chorreando en agua y tiritando y
tratando de recuperar el aliento. Pero el Mono ni lo miró ni le preguntó cómo se sentía. El
Mono estaba demasiado ocupado paseándose alrededor de la Cosa y extendiéndola y
acariciándola y olfateándola. Luego un fulgor de maldad brilló en sus ojos y dijo:

       —Es una piel de león.
       —Ee... au... au... oh, ¿eso es? —jadeó Cándido.
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