Page 65 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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XI SE ACELERA EL PASO
Rápido como un relámpago, Rishda Tarkaan dio un brinco hacia atrás esquivando la
espada del Rey. No era un cobarde y hubiera peleado con una sola mano contra Tirian y el
Enano si fuere necesario. Pero no podía medirse con el Aguila y el Unicornio al mismo
tiempo. Sabía que las Aguilas podían volar encima de tu cara y picotearte un ojo y cegarte
con sus alas. Y le había oído a su padre (quien se había batido con los narnianos en la guerra)
que ningún hombre, excepto si está aperado de flechas o de una lanza larga, puede
enfrentar a un Unicornio, pues éste se para en sus patas traseras cuando te ataca y
entonces tienes que vértelas con sus cascos y su cuerno y sus dientes, todo al mismo tiempo.
Por tanto, se precipitó en medio de la muchedumbre y allí se detuvo, gritando:
—A mí, a mí, guerreros del Tisroc, que viva para siempre. ¡A mí, todos los narnianos
leales, si no queréis que la ira de Tashlan caiga sobre vosotros!
Mientras ocurría esto, otras dos cosas sucedían también. El Mono no captó el peligro
que corría con la rapidez del Tarkaan. Durante un par de segundos permaneció en cuclillas
junto al fuego mirando a los recién llegados. Luego Tirian se abalanzó sobre la pérfida
criatura, la tomó por el cogote y se fue corriendo hacia el Establo gritando: “¡Abran la
puerta!” Poggin la abrió. ¡Ve a tomar tu propia medicina, Truco!” —exclamó Tirian
arrojando al Mono en medio de la oscuridad. Pero cuando el Enano cerraba de un portazo
la puerta nuevamente, una enceguecedora luz azul verdosa brilló desde adentro del Establo,
la tierra tembló, y se sintió un ruido extraño..., un cloqueo y un grito semejantes a la voz
ronca de alguna ave monstruosa. Las Bestias gimieron y berrearon y gritaron: “¡Tashlan!
¡Escóndenos de él! “, y muchos se cayeron, y muchos ocultaron sus caras entre sus alas o
garras. Nadie, aparte de Largavista, el Aguila, que tenía la mejor vista de todos los seres
vivientes, advirtió la expresión del semblante de Rishda Tarkaan en ese momento. Y por lo
que vio, Largavista supo de inmediato que Rishda estaba tan sorprendido, y casi tan
aterrado, como cualquier otro. “He aquí uno”, pensó Largavista, “que ha invocado dioses en
los cuales no cree. ¿Qué va a ocurrirle si realmente han venido?”
La tercera cosa que sucedió también en ese mismo instante, fue lo único
verdaderamente hermoso de esa noche. Cada uno de los Perros que Hablan presentes en
esa asamblea (había quince) vino saltando y ladrando alegremente al lado del Rey. La
mayoría eran enormes perros de anchos hombros y pesadas quijadas. Su venida fue como
el romper de una inmensa ola sobre la playa; casi te botaba. Porque aunque eran Perros
que Hablan eran igualmente tan aparatosos como cualquier perrito: y todos se pararon en
sus cuartos traseros y pusieron sus