Page 62 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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—¡Miren, miren! —dijo la voz del Jabalí—. No puede hablar. ¡Se ha olvidado de hablar!
Ha vuelto a ser una bestia muda. Miren su cara.
Todos pudieron comprobar que era cierto. Y entonces el terror más inconmensurable
se apoderó de esos narnianos. Pues a cada uno de ellos se les había enseñado, cuando eran
nada más que un pollito o un perrito o un cachorro, que Aslan al comienzo del mundo había
hecho de las bestias de Narnia Bestias que Hablan y les había advertido que si no eran
buenas podrían algún día volver atrás nuevamente a ser como los pobres animales sin
inteligencia que uno encuentra en otros países. “Y ahora se está cumpliendo”, gimieron.
—¡Misericordia! ¡Misericordia! —suplicaban las Bestias—. Ten compasión de
nosotros, señor Truco, intercede por nosotros ante Aslan, tienes que ir a hablarle por
nosotros. No nos atrevemos, no nos atrevemos.
Jengibre desapareció en lo alto del árbol. Nadie volvió a verlo nunca más.
Tirian permanecía con la mano en la empuñadura de su espada y su cabeza ladeada. Se
sentía aturdido con el horror de aquella noche. A veces pensaba que sería mejor sacar la
espada al instante y cargar sobre los calormenes; pero al momento siguiente pensaba que
sería mejor esperar y ver qué nuevo giro tomaban los acontecimientos. Y el nuevo giro no se
hizo esperar.
—Padre mío —dijo una voz clara y resonante que venía de la izquierda de la
muchedumbre.
Tirian supo de inmediato que el que hablaba era uno de los calormenes, ya que en el
ejército del Tisroc los soldados rasos llaman a los oficiales “Mi Amo”, pero los oficiales
llaman a sus oficiales superiores “Padre mío”. Jill y Eustaquio no lo sabían, pero después de
mirar a todos lados vieron al que habló, porque por supuesto la gente que estaba a los lados
era más fácil de ver que la gente del medio donde el resplandor del fuego oscurecía todo lo
que se encontraba detrás. Era joven y alto y esbelto, y bastante buenmozo dentro del estilo
oscuro y altanero de los calormenes.
—Padre mío —le dijo al capitán—. Yo también deseo entrar.
—Calla, Emeth —respondió el capitán—. ¿Quién te ha pedido tu opinión? ¿De
cuándo acá un muchacho puede hablar en un consejo?
—Padre mío —dijo Emeth—. Es cierto que soy más joven que tú, pero soy también de
sangre de Tarkaanes como tú, y también soy un siervo de Tash. Por lo tanto...
—Silencio —dijo Rishda Tarkaan—. ¿No soy tu capitán? No tienes nada que ver con
este Establo. Es para los narnianos.
—No, Padre mío —contestó Emeth—. Tú has dicho que el Aslan de ellos y nuestro
Tash eran uno solo. Y si eso es verdad, entonces es Tash el que está allá adentro. Y
entonces, ¿cómo dices que yo no tengo nada que ver con El? Si yo moriría con gusto miles de
muertes si puedo ver por una vez la cara de Tash.
—Eres un idiota y no entiendes nada —replicó Rishda Tarkaan—. Estos son asuntos
delicados.
El rostro de Emeth mostró una expresión más obstinada.
—¿Entonces no es verdad que Tash y Aslan son uno solo? —preguntó—. ¿El Mono nos
ha mentido?