Page 61 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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apuesto. Luego Jengibre saldrá y dirá que ha visto algo maravilloso.
       Pero Tirian no tuvo tiempo de contestarle. El Mono llamaba al Gato adelante.
       —¡Ajá! —exclamó el Mono—, de modo que tú, un minino impertinente, vas a verlo a El

cara a cara. ¡Entra, entonces! Te abriré la puerta. No me culpes si El te arranca los bigotes.
Es problema tuyo.

      Y el Gato se paró y dejó su lugar en medio de la multitud caminando remilgada y
elegantemente, con su cola al aire; ni un solo pelo de su lustrosa piel estaba fuera de su
lugar. Se adelantó hasta cruzar al otro lado de la fogata y pasó tan cerca, que Tirian, desde
donde se encontraba con su hombro apoyado contra el final de la muralla del Establo, pudo
mirarlo derecho a la cara. Sus grandes ojos verdes no parpadeaban siquiera. (“Fresco como
un pepino”, susurró Eustaquio. “El sabe que no tiene nada que temer”). El Mono, riendo
sardónicamente y haciendo morisquetas, caminó arrastrando los pies al lado del Gato;
levantó la mano, sacó el pestillo y abrió la puerta. Tirian pensó que podía oír al Gato
ronronear a medida que avanzaba hacia la oscura puerta de entrada.

       —¡Aiii-aii-auuu!...
       El más espantoso chillido que hayas escuchado jamás hizo que todos saltaran. A ti te
han despertado gatos peleando o enamorando arriba de los tejados en medio de la noche:
tú conoces ese sonido.
       Este fue peor. El Mono quedó patas arriba al chocar con Jengibre, que salía del
Establo a toda velocidad. Si no supieras que era un gato, habrías pensado que era un
relámpago color rojizo. Cruzó disparado el claro de pasto, de vuelta en medio de la
multitud. A nadie le gusta encontrarse con un Gato en ese estado. Podías ver como los
animales se apartaban de su camino, a izquierda y a derecha. Se trepó a un árbol,
moviéndose con gran rapidez, y se quedó colgando cabeza abajo. Su cola estaba tan erizada
que parecía del mismo grosor de su cuerpo; sus ojos semejaban platillos de fuego verde; a
lo largo de su lomo cada uno de sus pelos estaba parado.
       —Daría lo que más quiero —murmuró Poggin— por saber si ese bruto está
simplemente actuando o si realmente encontró algo ahí que lo ha aterrorizado.
       —Calma, amigo —dijo Tirian, pues el capitán y el Mono también estaban susurrando
y él quería escuchar lo que decían. No tuvo éxito, salvo que escuchó una vez más al Mono
quejarse: “Mi cabeza, mi cabeza”, pero tuvo la impresión que aquellos dos estaban casi más
asombrados que él con el comportamiento del gato.

       —Basta, Jengibre —dijo el capitán—. Basta de tanto barullo. Diles lo que has visto.
       —aau... aauua —aulló el Gato.
       —¿No se les llama a ustedes Bestias que Hablan? —preguntó el capitán—. Entonces
acaba con ese endemoniado ruido y habla.
       Lo que vino a continuación fue sumamente horripilante. Tirian tuvo la plena seguridad
(igual que los demás) que el Gato trataba de decir algo: pero de su boca no salía nada,
excepto los ordinarios y feos ruidos gatunos que puedes escuchar hacer, cuando está
enojado o asustado, a cualquier viejo Tom en un patio de Inglaterra. Y mientras más chillaba
menos parecía una Bestia que Habla. Inquietos gimoteos y cortos y agudos chillidos
estallaron en medio de los otros Animales.
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