Page 63 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
P. 63
—Por supuesto que son uno solo —dijo el Mono.
—Júralo, Mono —dijo Emeth.
—¡Hasta cuando! —se quejó Truco—. Ojalá dejaran de molestarme. ¿No ven que me
duele la cabeza? Sí, sí, lo juro.
—Entonces, Padre mío —dijo Emeth—, estoy absolutamente decidido a entrar.
—Imbécil —empezó a decir Rishda Tarkaan, pero en ese mismo momento los Enanos
comenzaron a gritar:
—Vamos, Negrito. ¿Por qué no lo dejas entrar? ¿Por qué permites entrar a los
narnianos y dejas a tu propia gente afuera? ¿Qué tienes ahí dentro que no quieres que lo
vean tus propios hombres?
Tirian y sus amigos podían ver sólo la espalda de Rishda Tarkaan, de manera que jamás
supieron cuál fue la expresión de su cara cuando se encogió de hombros y dijo:
—Todos son testigos de que yo soy inocente de la sangre de este joven idiota. Entra,
muchacho imprudente, y date prisa.
Entonces, tal como había hecho Jengibre, Emeth se encaminó hacia la ancha franja de
hierba entre la fogata y el Establo. Sus ojos brillaban, su rostro estaba muy serio, tenía la
mano apoyada en el puño de su espada, y llevaba la cabeza erguida. Jill casi se puso a llorar
cuando miró su cara. Y Alhaja susurró en el oído del Rey: “Por la Melena del León, casi
siento cariño por este joven guerrero, aunque sea calormene. Se merece un dios mejor que
Tash”.
—Me gustaría tanto saber lo que hay realmente ahí dentro —dijo Eustaquio.
Emeth abrió la puerta y entró a la negra boca del Establo. Cerró la puerta detrás de él.
Pasaron sólo unos pocos momentos, pero que parecieron mucho más largos, antes de que
la puerta se abriera nuevamente. Una figura con armadura calormene salió con paso
vacilante, cayó de espaldas y quedó inmóvil; la puerta se cerró detrás suyo. El capitán dio un
salto hacia adelante y se inclinó a mirar su cara. Hizo un gesto de sorpresa. Luego se
recuperó y volviéndose hacia la multitud, gritó:
—El muchacho imprudente ha cumplido su voluntad. Ha mirado a Tash y ha muerto.
Que les sirva de advertencia a todos ustedes.
—Nos servirá, nos servirá —dijeron las pobres Bestias.
Mas Tirian y sus amigos contemplaron primero al calormene muerto y luego se
miraron unos a otros. Porque ellos, como estaban tan cerca, pudieron ver lo que la multitud,
que se encontraba muy alejada y detrás del fuego, no pudo ver: este hombre muerto no era
Emeth. Era muy distinto: un hombre más viejo, más robusto y no tan alto, con una larga
barba.
—Jo, jo, jo —rió el Mono burlonamente—. ¿Alguien más? ¿Nadie quiere entrar?
Bueno, como son tan tímidos, yo escogeré al próximo. ¡Tú, tú Jabalí! Ven para acá.
Tráiganlo, calormenes. El verá a Tash cara a cara.
—Animo —gruñó el Jabalí, levantándose pesadamente—. Vengan, pues. Prueben mis
colmillos.
Cuando Tirian vio a aquel valiente Jabalí dispuesto a luchar por su vida, y a los
soldados calormenes cercándolo con sus cimitarras desenvainadas, y vio que nadie iba en su