Page 17 - 07. Saga Las Cronicas De Narnia
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corrieron hacia ellos con sus armas en la mano. Mas el Rey les tendió su espada con la
empuñadura dirigida hacia ellos y dijo:
—Yo que he sido Rey de Narnia y que soy ahora un caballero deshonrado, me rindo a
la justicia de Aslan. Llevadme ante él.
—Y yo me rindo también —dijo Alhaja.
Entonces los hombres de tez oscura los rodearon formando un denso gentío que olía
a ajo y a cebollas, y el blanco de sus ojos relampagueaba amenazante en sus caras morenas.
Colocaron un ronzal de cuerda alrededor del cuello de Alhaja. Le quitaron su espada al Rey y
ataron sus manos detrás de su espalda. Uno de los calormenes, que usaba un casco en lugar
de turbante y parecía ser quien mandaba, arrebató el cintillo de oro de la cabeza de Tirian y
presurosamente lo escondió entre su ropa. Condujeron a los prisioneros cerro arriba hasta
un lugar donde había un gran claro. Y esto vieron los prisioneros.
En medio del claro, que era a la vez el punto más alto del cerro, había un pequeño
cobertizo semejante a un establo con techo de paja. La puerta estaba cerrada. En el pasto
frente a la puerta se hallaba sentado un Mono. Tirian y Alhaja, que esperaban ver a Aslan y
que no habían aún escuchado hablar del Mono, quedaron desconcertados al verlo. Claro
que el Mono era el propio Truco, pero estaba diez veces más feo que cuando vivía junto a la
Poza del Caldero, pues ahora iba vestido con gran lujo. Vestía una chaqueta escarlata que no
le quedaba nada de bien, ya que había sido hecha para un enano. Usaba unas babuchas
adornadas con piedras preciosas en sus patas traseras, que no se le sujetaban debidamente
porque, como tú sabes, las patas traseras de un Mono son más bien manos. Llevaba algo
que parecía ser una corona de papel en la cabeza. Había un gran montón de nueces a su
lado y él las cascaba una tras otra con sus mandíbulas y escupía las cáscaras. Y a cada rato se
levantaba la chaqueta escarlata para rascarse. De pie ante él se hallaban numerosas Bestias
que Hablan, y prácticamente todas las caras en aquella muchedumbre tenían un aire
penosamente preocupado y perplejo. Cuando vieron quiénes eran los prisioneros todos
empezaron a gemir y a lloriquear.
—¡Oh, Señor Truco, portavoz de Aslan! —dijo el jefe calormene—. Te traemos unos
prisioneros. Gracias a nuestra destreza y valentía y con el permiso del gran dios Tash hemos
podido coger vivos a estos dos encarnizados asesinos.
—Denme la espada de ese hombre —dijo el Mono.
Tomaron entonces la espada del Rey y se la pasaron al Mono, con su talabarte y todo. Y
él se la colgó del cuello; y esto lo hizo lucir aún más ridículo.
—Nos ocuparemos de estos dos más tarde —dijo el Mono, escupiendo una cáscara
hacia ambos prisioneros—. Tengo otros asuntos que resolver primero. Ellos pueden esperar.
Ahora escúchenme todos. Lo primero que quiero decirles es sobre las nueces. ¿Dónde anda
esa Ardilla Jefe?
—Aquí, Señor —dijo una ardilla roja, adelantándose y haciendo nerviosamente una
semirreverencia.
—¡Ah! , ahí estás, ¿no es cierto? —exclamó el Mono, con una mirada aviesa— . Ahora
vas a escucharme. Quiero, es decir Aslan quiere muchísimas más nueces. Las que me has
traído no son ni cerca lo suficiente. Debes traer muchas más, ¿entiendes? Por lo menos el
doble. Y han de estar aquí para la puesta de sol de mañana, y no debe haber ninguna mala
ni chica.