Page 20 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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inventarunaideacomoéstaporsísolas.Siellahubieraimaginadotodaesahistoria,sehabríaescondidoduranteuntiempo razonableantesde
aparecery contarsuaventura.
—¿Realmenteustedpiensaquepuedehaberotrosmundoscomoéseencualquierparte,así,a la vuelta de la esquina? —preguntó
Pedro.
—No imagino nada que pueda ser más probable —dijo el Profesor. Se sacó los anteojos y comenzó a limpiarlos mientras
murmurabaparasí—:Mepregunto,¿quéesloqueenseñanenestos colegios?
—Pero, ¿qué vamos a hacer nosotros? —preguntó Susana. Ella sentía que la conversación comenzaba a alejarse del
problema.
—Mi querida jovencita —dijo el Profesor, mirando repentinamente a ambos niños con una expresión muy
penetrante—, hay un plan que nadie ha sugerido todavía y que vale la pena ensayar.
—¿De qué se trata? —preguntó Susana.
—Podríamostratartodosdepreocuparnosdenuestrospropiosasuntos.Y ese fue el final de la
conversación.
Después de esto las cosas mejoraron mucho para Lucía. Pedro se preocupó especialmente para que Edmundo dejara de
molestarla y ninguno de ellos —Lucía, menos que nadie—se sintió inclinado a mencionar el ropero para nada. Éste se había
transformado en un tema más bien alarmante. De este modo, por un tiempo pareció que todas las aventuras habían
llegado a su fin. Pero no sería así.
La casa del Profesor, de la cual él mismo sabía muy poco, era tan antigua y famosa que gente de todas partes de
Inglaterra solía pedir autorización para visitarla. Era el tipo de casa que se menciona en las guías turísticas e, incluso, en las
historias. En torno a ella se tejían toda clase de relatos. Algunos más extraños aun que el que yo les estoy contando ahora.
Cuando los turistas solicitaban visitarla, el Profesor siempre accedía. La señora Macready, el ama de llaves, los guiaba por
toda la casa y les hablaba de los cuadros, de la armadura, y de los antiguos y raros libros de la biblioteca.
A la señora Macready no le gustaban los niños, y menos aún, ser interrumpida mientras contaba a los turistas todo lo
que sabía. Durante la primera mañana de visitas había dicho a Pedro y a Susana (además de muchas otras instrucciones):
«Por favor, recuerden que no deben entrometerse cuando yo muestro la casa».
—Como si alguno de nosotros quisiera perder la mañana dando vueltas por la casa con un tropel de adultos desconocidos
—habíareplicadoEdmundo.Losotrosniñospensabanlomismo.Así fuecomo lasaventuras comenzaronnuevamente.
Algunas mañanas después, Pedro y Edmundo estaban mirando la armadura. Se preguntaban si podrían desmontar algunas piezas, cuando las
dos hermanas aparecieron en la sala.
—¡Cuidado!—exclamaron—.VienelaseñoraMacreadyconunacuadrillacompleta.—¡Justo ahora! —dijo Pedro.
Los cuatro escaparon por la puerta del fondo, pero cuando pasaron por la pieza verde y llegaron a la biblioteca,
sintieron las voces delante de ellos. Se dieron cuenta que el ama de