Page 3 - 01. Saga Las Cronicas De Narnia
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—Es una lechuza —agregó Pedro—. Este debe ser un lugar maravilloso para los pájaros... Bien, creo que ahora es mejor
que todos vayamos a la cama, pero mañana exploraremos. En un sitio como éste se puede encontrar cualquier cosa. ¿Vieron las
montañas cuando veníamos? ¿Y los bosques? Puede ser que haya águilas, venados... Seguramente habrá halcones...

    —Y tejones —dijo Lucía.

    —Y serpientes —dijo Edmundo. —Y

    zorros —agregó Susana.

    Pero a la mañana siguiente caía una cortina de lluvia tan espesa que, al mirar por la ventana,noseveíanlasmontañasnilos
bosques; ni siquiera la acequia del jardín.

    —¡Tenía que llover! —exclamó Edmundo.

    Los niños habían tomado desayuno con el profesor, y en ese momento se encontraban en una sala del segundo piso
que el anciano había destinado para ellos. Era una larga habitación detechobajo,condosventanashaciaunladoydoshaciaelotro.

    —Deja de quejarte, Ed —dijo Susana—. Te apuesto diez a uno a que aclara en menos de unahora.Porlodemás,estamos
bastante cómodos y tenemos un montón de libros.

    —Por mi parte, yo me voy a explorar la casa —dijo Pedro.

    La idea les pareció excelente y así fue como comenzaron las aventuras. La casa era uno de aquellos edificios llenos de
lugares inesperados, que nunca se conocen por completo. Las primeras habitaciones que recorrieron estaban totalmente
vacías, tal como los niños esperaban. Pero pronto llegaron a una sala muy larga con las paredes repletas de cuadros, en la
que encontraron una armadura. Después pasaron a otra completamente cubierta por un tapiz verde y en la que había un
arpa arrinconada. Tres peldaños más abajo y cinco hacia arriba los llevaron hasta un pequeño zaguán. Desde ahí entraron
en una serie de habitaciones que desembocaban unas en otras. Todas tenían estanterías repletas de libros, la mayoría muy antiguos y
algunos tan grandes como la Biblia de una iglesia. Más adelante entraron en un cuarto casi vacío. Sólo había un gran
ropero con espejos en las puertas. Allí no encontraron nadamás,exceptounabotellaazulenlarepisadelaventana.

    —¡Nada por aquí! —exclamó Pedro, y todos los niños se precipitaron hacia la puerta para continuar la excursión. Todos
menos Lucía, que se quedó atrás. ¿Qué habría dentro del armario? Valía la pena averiguarlo, aunque, seguramente, estaría
cerrado con llave. Para su sorpresa,lapuertaseabriósindificultad.Dosbolitasdenaftalinarodaronporelsuelo.

    La niña miró hacia el interior. Había numerosos abrigos colgados, la mayoría de piel. Nada le gustaba tanto a Lucía como el tacto y el olor de las
pieles. Se introdujo en el enorme ropero y caminó entre los abrigos, mientras frotaba su rostro contra ellos. Había dejado la
puerta abierta, por supuesto, pues comprendía que sería una verdadera locura encerrarse en el armario. Avanzó algo más
y descubrió una segunda hilera de abrigos. Estaba bastante oscuro ahí adentro, así es que mantuvo los brazos estirados
para no chocar con el fondo del ropero. Dio un paso más, luego otros dos, tres... Esperaba siempre tocar la madera del
ropero con la puntadelosdedos,peronollegabanuncahastaelfondo.

    —¡Este debe ser un guardarropa gigantesco! —murmuró Lucía, mientras caminaba más y más adentro y empujaba los
pliegues de los abrigos para abrirse paso. De pronto sintió que algo crujía bajo sus pies.

    «¿Habrá más naftalina?», se preguntó.
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